viernes, 22 de mayo de 2020

Capítulo 20: La Fuga del Paralítico

No alcancé a disfrutar del triunfo que estaba construyendo casi en soledad, porque me llamó Aníbal furioso.
- Decime, pelotudo, ¿fuiste vos?
- ¿Qué cosa? ¿Se puede saber qué te pasa?
- ¡Quiero saber si fuiste vos el que le armó la cama a Felisa, pelotudo!
- En primer lugar te vas a tener que guardar los improperios en el culo, Aníbal. En segundo lugar no sé de qué carajos estás hablando. ¿Qué cama? ¿Cuál Felisa, la ministra? ¿Me podes decir qué pasó?
- ¿Pero vos no leés los diarios?
- No consumo basura.
- Bueno, leelos y enterate.
- Dos cosas. Una: no tengo nada que ver con ninguna cama ni con nada que le haya pasado a Miceli, que ni la conozco. Dos: la próxima vez que me insultes antes de saludarme te cago a trompadas donde te encuentre.
- ...
- Avisame si necesitás una mano con algo. Buenas tardes.
En una inspección de rutina le encontraron a la Ministra de Economía una bolsa llena de dólares escondida en un placard de su baño. Me pareció increíble que un ministro pudiera hacer algo así, pero más extraña era esa inspección. Por más que indagué, no encontré nada que me hiciera sospechar de una maniobra para perjudicar a la ministra.
- Aníbal, ¿cómo estás? Estuve averiguando lo de Felisa.
- ¿Y, pudiste saber algo?
- Sí, que es una imbécil. Los bomberos revisan todos los meses el Ministerio de Economía desde 1980, cuando le pusieron una bomba a Martínez de Hoz. Lo siguieron haciendo hasta ahora, no se sabe bien por qué. Todos los putos meses pasan a revisar el edificio íntegro. Desde hace 26 años, ¿me seguís?
- ...
- Bien. Como todos los meses, la revisación estaba agendada en el ministerio. Desde principios de mes Felisa sabía que iban a ir los bomberos el día 24. Si se olvidó es una imbécil. Si no lo sabía es una imbécil. Ahora, decime vos qué clase de persona guarda plata sucia en el baño de su oficina y el día que la van a ir a visitar.
- Una imbécil...
- Exacto. Ahora tienen que atajarla, porque está haciendo estupideces. En dos horas ya dio tres versiones distintas sobre el origen de ese dinero, y fue hasta el cuartel de los bomberos para sacarles el acta del secuestro del dinero. Esta mina no sirve ni para jugar con barro.
- ¿Vos estás seguro? ¿Y qué hizo con el acta?
- No sé, se la acaban de dar porque apretó a todo el mundo. Amenazó a los tipos que revisan el ministerio hace quince años, ¿te das cuenta? O la paran a tiempo o la van a tener que echar. En ese caso, más vale que lo hagan rápido, antes de la campaña.
- Gracias Julio, y perdoname las puteadas.
- Está bien Aníbal, no hay problema. Pero muévanse rápido, que esta mina es un pato criollo. Un paso, una cagada.
Para evitar que siguiera hablando convinimos en pedirle la renuncia y mandarla a la Fundación de las Madres de Plaza de Mayo. Al menos así la blindábamos ante la prensa relativamente progresista, y los pocos diarios opositores tampoco la investigarían tan duramente.
Minimizamos el daño, y mientras tanto fue decantando la figura de Cobos, el gobernador mendocino, como acompañante de Cristina. El tipo aportaba el mismo tipo de prestigio gris que De la Rua quiso imponerle a la política argentina: escucharlo era aburridísimo, pero a diferencia de aquél, Cobos era un tipo confiable. Entendía las jugadas mucho más que lo que su rostro estólido permitía imaginar.
Mientras definíamos el armado territorial en cada provincia, logré tener el acuerdo de Moreau y el Coti para que nos acompañe una parte del radicalismo. La otra parte los insultaría un poco para la televisión y tal vez hasta los expulsaría del partido, pero cobrar, cobraban todos. Los radicales eran maestros en eso de pelearse para las cámaras, debía reconocerles al menos ese talento. Ayudó que Alfonsín compró el discurso del blindaje institucional, tal vez porque había sufrido en carne propia no uno sino dos golpes dados por el peronismo, y estaba dispuesto a dar el alma al diablo para evitar que eso le pase a otro radical.
Lagavna ya se había ido del gobierno hacía un tiempo. El ministro de Economía que había ayudado a Kirchner a salir del infierno se resistía a ser un subordinado; cierta razón tenía, porque era uno de los pocos miembros del gobierno que tenía peso propio. Además, no quería defenestrar a Duhalde, que había sido su amigo y aliado. No duró mucho en el llano, les sugerí a los radicales que reflotaran su condición de funcionario de Alfonsín cuando advirtieron que ninguno de sus candidatos podría superar el 5% de los votos. Su prestigio de economista también diluía el pánico que generaban los radicales a una clase media que ya había sido golpeada por la hiperinflación y el corralito. Y era, fundamentalmente, un candidato que jamás diría nada comprometedor contra nosotros.
La candidatura de Lavagna por el radicalismo fue el segundo elemento del enroque con ese partido, después de la candidatura de Cobos; el tercero consistió en acordar con ellos cada una de sus listas de diputados en todo el país para evitarnos sorpresas en el Congreso. Accedieron a casi todo, incluso pautamos cuáles de ellos serían los más críticos, y que sólo nos correrían por derecha.
Descontábamos que saldrían segundos porque habían dejado sola a Carrió, o mejor dicho, ella los había repudiado como a un marido adúltero. La campaña fue un trámite, pero sirvió para fortalecer mis contactos con dirigentes del interior, por si alguna vez los necesitaba.
Sólo un episodio alteró la tranquilidad del gobierno: en un procedimiento de rutina detuvieron a uno de los valijeros de Hugo Chávez que traía casi ochocientos mil dólares. Era la tercera de cinco entregas que Kirchner había acordado personalmente con Chávez a cambio de carne congelada: les enviábamos la carne como “regalo de estado”, y ellos nos enviaban dólares para la campaña. Casi habíamos silenciado el tema, cuando dos días después el valijero apareció en el acto en que los dos presidentes firmaron un acuerdo petrolero. En esos días se supo que en el avión lo acompañaban funcionarios argentinos y venezolanos, y los dirigentes de la petrolera venezolana.
Cuando la jueza que intervino vio la lista de los pasajeros de ese avión decidió apartarse del caso, antes incluso de que yo la llamara. Pocos días después el segundo juez también se apartaría en tiempo récord, y le devolvería el caso a la jueza que había comenzado la investigación. Los jueces funcionan de una manera rara: su primera reacción ante casos como éste es apartarse y volver a sus penumbras; la segunda reacción, es venir a negociar de inmediato con los funcionarios implicados. A cambio de algunos favores esta jueza acordó dilatar cualquier medida comprometedora hasta después de las elecciones, luego el tiempo se devoraría el caso y se volvería una anécdota más.
Mi única función en este tema consistió en sacar al valijero de Chávez de Argentina, pero esta vez no lo llevé a “El Entrevero”. No tenía ninguna confianza en este tipo, y no podía entender cómo dos presidentes le habían confiado tantos negocios a un tipo tan torpe. Sólo en el último año Antonini Wilson había ingresado trece veces a Argentina, a veces por menos de un día. Su ostentación de relojes y cadenas de oro lo volvía repulsivo, el mismo tipo de colorinche tropical que me hacía despreciar a los mexicanos amigos de Corcho. Lo escondí en el hotel Konrad, que tenía el estatus de una embajada para tipos como Antonini.
El tramo final de la campaña fue relativamente tranquilo, aunque el único sobresalto fue notar que Carrió había superado a los radicales y se acercaba a Cristina. Negocié con Magnetto que congelara a la chaqueña, que súbitamente desapareció de los programas de televisión.
Habíamos acordado con los radicales y Macri que ganaríamos con el 50%, pero cuando comenzamos el conteo de votos descubrimos que no llegábamos al 45%, y que Carrió estaba a menos de diez puntos. En esa situación deberíamos ir a segunda vuelta, con un resultado imprevisible. Constaté, en esos primeros minutos, que Nosiglia y Alfonsín ya había llamado a Carrió, y no me quedaban dudas de que en una segunda vuelta los radicales pensaban traicionarnos. El escenario era completamente incierto: si los radicales se aliaban con Carrió en una segunda vuelta podían ganarnos, y eso no había estado en los cálculos de nadie.
En una maniobra desesperada logramos ajustar al gobernador de Córdoba para que nos ayude a modificar esos números. De la Sota estaba perdiendo la elección a manos de Luis Juez, un tipo peligroso que contaba buenos chistes pero había sido un pésimo intendente de la capital de la provincia. Para el gobernador cordobés eso significaba el final de su carrera y la cárcel cercana, porque Juez también tenía información que vinculaba al goberndor con negocios duros.
- Gallego, sé que no me querés, y yo tampoco te quiero, pero estás en el horno y solamente yo puedo darte una mano.
- ¿Qué querés, hijo de puta?
- Así no. Comencemos bien. Estás perdiendo la provincia y sabés que terminás con los dedos pintados, si es que tus socios no prefieren silenciarte.
- ...
- Te digo lo que vamos a hacer. Te damos cinco puntos en el escrutinio, y vos nos das diez para Cristina.
- ¿Ustedes también están en problemas? ¿Y me querés apretar a mí?
- Nosotros estamos ganando, pero preferimos estar seguros. Vos ya perdiste. Hoy estás muerto. Soy el único que puede resucitarte. Te doy cinco, me das diez. Repartí los votos de Carrió entre Cristina y Lavagna. Que gane Lavagna, para disimular.
Tuve conversaciones como esta con Macri y los mendocinos, donde no se sabía quién había ganado todavía. Les di cinco puntos más a cada uno en la Ciudad y en la provincia. Macri llegó mucho más fuerte al ballotage y le aseguré una victoria rotunda en la segunda vuelta.
Aproveché para castigar al grupo de radicales mendocinos que habían repudiado el acuerdo con nosotros. Les saqué ocho puntos que fueron para consolidar la victoria de Celso Jaque, un contador de la derecha peronista, y los relegué al cuarto lugar en las elecciones. Al cabo de dos horas de negociaciones febriles pudimos comenzar a publicar los resultados oficiales, ya sabiendo que superábamos el 45% y que con una diferencia de más de veinte puntos los radicales abortarían cualquier plan de irse con Carrió. Llegamos, extenuados, a evitar la segunda vuelta.
- No sé qué es lo que hiciste, Julito, pero te lo agradezco. Cristina estaba loca con los resultados.
- Nestor, algún día voy a escribir una novela con mis memorias, cuando me jubile.
- Vos llegás a contar estas cosas y yo te mato.
- Perdé cuidado, flaco, pienso vivir muchos, muchos años.
El único problema que tuvimos fueron las denuncias de Luis Juez en Córdoba, pero De la Sota se había encargado de arreglar con los radicales cordobeses para que confirmaran en el recuento de votos los porcentajes que habíamos acordado por teléfono. Juez inició un tour de denuncias que lo convirtió en una figura nacional, pero Magnetto de encargó de ridiculizarlo hasta convertirlo en un monigote más que los cordobeses arrojaban al escenario nacional. La justicia electoral terminó de liquidarlo.
De la Sota me debía la gobernación y también la libertad, y acaso la vida. Jaque también me debía la gobernación de Mendoza, que hubieran ganado los radicales de Cobos. Macri me debía menos, apenas la tranquilidad de una ventaja cómoda que le permitiera gobernar tranquilo la ciudad, tal como habíamos acordado. Y supe, además, que nunca más podría confiar en Moreau y Nosiglia.
Mi familia en pleno asistió a la asunción de Cristina desde la tercera fila de asientos. Yo preferí pasar desapercibido entre los funcionarios amontonados a un costado del palco, para que ninguna cámara me registrara. Hice lo mismo en la asunción de Macri, con quien tenía que renegociar los contratos para la construcción de obra pública. Compré las acciones de otras dos empresas contratistas, y hacia fin de año ya era el dueño de casi la mitad de las obras pagadas por la Ciudad.
El día antes de salir de vacaciones falleció mi madre, a quien no veía desde hacía meses. Mi hermana y ella desconocían mi vida, y creían que andaría en algo raro porque les prohibía decir mi nombre verdadero.
- Roberto, ahora que la vieja se fue, ¿se puede saber en qué estás metido? ¿Cómo puede ser que hace treinta años te desapareciste de la faz de la tierra por años enteros, y después estuviste entrando y saliendo como si tu familia fuera gente extraña?
- No hay mucho que contar, Marcela. Estoy en el gobierno, trabajo de asesor y estoy rodeado de hijos de puta. Lo último que quiero es que sepan de ustedes, porque ahí ni yo les podré garantizar nada.
- ¿Pero vos me estás diciendo que es todo una mafia? ¿Y por qué otros políticos aparecen en público con la familia?
- Porque esos no son los que cortan el queso. Son el decorado. Las decisiones se toman en otro lado.
- Mirá, no sé si me estás agarrando de pelotuda o si te pusiste paranoico o si estás en alguna mafia. Pero tenés que saber que le cagaste a tu madre los últimos años de su vida.
- Acá tenés mi teléfono Marcela, llamame para lo que necesites.
- Mejor andate a...
Mi hermana no pudo terminar la frase, comenzó a llorar cuando mi cuñado la abrazó y se la llevó. Me subí al Megane, porque no quise ir al velorio de mi madre en el Mercedes. De alguna manera había perdido a mi madre, a mi familia y a mi vida hacía muchos años. Nunca supe si hubiera podido manejarme de otro modo, creo que tampoco tuve muchas opciones. Supe, al llegar a mi casa, que esa noche tampoco dormiría.
Robbie manejó hasta Montevideo, donde descansamos un día en lo de Corcho antes del año nuevo. Terminaba herido en lo personal, pero no podía hablar de eso ni siquiera con Roxy. Volví a tener problemas para dormir, y pasé tres semanas de infierno que mi familia atribuyó al duelo por la muerte de mi madre. Sólo podía dormir de a ratos, cuando me desmoronaba en una reposera en la playa. Por lo demás, era un zombi más caminando por Punta del Este.
Desde febrero comenzaron algunas operaciones cruzadas porque se hablaba de un nuevo impuesto al campo, pero no había nada demasiado claro. Yo había venido prestando atención a las tensiones que crecían entre Nestor y Magnetto. El santacruceño quería quedarse con parte del Grupo Clarín, del mismo modo que se había quedado con varias constructoras, empresas de viajes, petroleras y casinos: prometiendo negocios fuertes a cambio de la mitad más uno de las acciones. Los dueños de las empresas perdían el control accionario pero se aseguraban ganancias extraordinarias por un par de años antes de quedar totalmente expulsados de ellas.
Nestor había permitido la fusión de las operadoras de televisión por cable, convirtiendo a Clarín en el dueño absoluto de la información en Argentina. Magnetto no cumplió su promesa de entregarle una parte sustancial de las empresas, y consideró saldada su deuda con una serie de panegíricos en los titulares y la televisión que ayudaron a consolidar la imagen del gobierno el año antes de las elecciones. Nestor mismo intentó abofetear a Magnetto en su última cena en Olivos, pero fue contenido por los custodios del empresario, lo que a su vez generó la reacción de los custodios del presidente.
- Fue tragicómico, Julio, casi se cagan a tiros entre ellos. Paré a los gritos a los custodios y lo separé a Nestor, que lo tenía agarrado de la solapa a Magnetto. Estaba pálido el tipo, no sabés cómo temblaba...
- ¿Y Cristina?
- No estaba, no le gusta dejarse ver en esas reuniones. Prefiere que Nestor arregle con cualquier patasucia del partido, o con los empresarios. Ella no se mezcla.
- Pero te pregunto, ¿no apareció con semejante quilombo?
- No, si quilombos así tienen todos los días...
- Che, pero estamos en problemas si se pelearon con Magnetto.
- Nah, ¿qué puede pasar? Casi se mea encima ese viejo. Ni gritar podía.
Magnetto había sido operado por un cáncer en la garganta, y efectivamente no podía gritar. Tampoco hablar. Además había quedado sumamente débil después de sus quimioterapias. Atacar a un hombre tan vulnerable físicamente, pero tan refinadamente perverso, sólo podía conducir al peor de los desastres. Aníbal Fernández, y el resto del gobierno, creían que podían amedrentar con esas bravatas a un tiburón de aguas profundas. Supe que algo iba a ocurrir pronto.
Alentados por las encuestas de popularidad de Cristina, los funcionarios del Ministerio de Economía aprobaron una resolución que elevaba las retenciones impositivas a la exportación de soja del 35% al 44%. Según me contaría luego un funcionario expulsado, alguien les había dicho que las entidades agropecuarias estaban de acuerdo con la medida, pero nunca supieron quién fue en realidad el que les dijo eso. Lo cierto es que las cuatro entidades que agrupaban a la gente del campo reaccionaron con furia y coordinación, con una minuciosa puesta en escena que incluyó cortes de ruta en lugares selectivos y movilizaciones en algunos lugares donde la medida pudo haber tenido más impacto. El gobierno nunca entendió dónde se había metido, y sólo lo descubriría bastante tiempo más tarde.
Alguien le dio a Cristina el consejo idiota de confrontar a los sojeros con un discurso propio de una tilinga de ciudad. En ese mismo momento la protesta se hizo masiva, con “la gente del campo” bloqueando las rutas nacionales y con protestas cada vez más masivas. Alguna mente iluminada creó un slogan imposible: “el campo somos todos”; y en poco tiempo los tilingos de ciudad opuestos al gobierno se sumaron a una protesta sectorial en contra de una medida que en realidad los beneficiaba.
- Esto es de locos, Julito. ¿Me querés decir cuándo mierda a la gente del campo le importó lo que pasaba en la ciudad? ¿Alguna vez los viste siendo solidarios cuando en la ciudad pasó algo? Yo no entiendo a esta gente. Hasta los pelotudos de la FUA están ahí con los sojeros...
- Bueno, es comprensible, en los últimos años los únicos pendejos del interior que pueden ir a estudiar son los hijos de los sojeros. O de los que viven de los sojeros. Me dan pena los troskos, que con tal de enfrentarse con ustedes terminan apoyando a la Sociedad Rural.
- No sabés las ganas que tengo de salir a cagarlos bien a palos...
- Ya está D´Elía en eso.
- ¿El gordo D´Elía salió a repartir palos? Paramelo, Julio, ese tipo es un animalito.
Fue demasiado tarde. Los piqueteros que le respondían al dirigente barrial atacaron a los manifestantes, y la imagen apareció en todos los medios. El escenario había sido demasiado perfecto para ser casual. La sucesión de los hechos, los informes con los que se manejaba el gobierno, el manejo mediático de la situación, todo ello sugería una venganza sutil y sádica. La torpeza de Nestor y Cristina hizo el resto.
El gobierno terminó tirando la toalla. Accedió a llevar el tema al Congreso confiando en que lograría una aprobación rápida de la resolución, ya convertida en proyecto de ley. Uno de los jueces de la Corte Suprema llamó personalmente a Nestor para avisarle que si alguno de los tantos amparos contra la resolución llegaba a la Corte, seis de los siete jueces votarían en contra de ella. El trámite legislativo serviría para aliviar tensiones y tratar de sumar alguna adhesión, porque el gobierno terminó prometiendo que usaría ese dinero extra para construir hospitales y escuelas. Una promesa ridícula que nadie creyó.
La Cámara de Diputados aprobó la resolución, en una sesión cargada de escándalos y acusaciones, con fisuras en el bloque oficialista y un clima social cada vez más tenso. Cuando el nuevo gobernador cordobés se puso al frente del rechazo a la ley, entendimos que no había nada más que hacer. El problema es que nadie en el gobierno sabía cómo manejar la situación. Cristina renunciaba dos o tres veces por día y Nestor la presionaba cinco o seis veces para que no se le ocurriera hacer públicas sus renuncias. No podían recular, aunque quisieran. En el Senado se perdería la votación, y por lo tanto la ley no sería aprobada. Sería un desastre mayúsculo porque mostraría que los mismos senadores que acababan de asumir con Cristina ahora le daban la espalda. No llegábamos a un tercio de la Cámara.
- Nestor, tengo una solución, pero es arriesgada.
- Decíme, Julito. Más vale que sea buena.
- Mirá, esa ley no puede salir. Si la llegan a aprobar se incendia el país con ustedes adentro. Si reculan y retiran el proyecto quedarán golpeados; encima ahora ya tiene media sanción, y la gente ve un diputado en la calle y lo caga a palos. Hay que pararla en el Senado, pero de una manera digna y que no te parta el bloque. Sobre todo, que no se pierda la mayoría en el Senado. Tiene que decidir alguno que no sea senador.
- No entiendo.
- Necesitamos llegar a la mitad de los votos y que desempate Cobos como presidente del Senado. Y que vote en contra.
- ¿Vos te volviste loco?
- No. Simplemente no tenemos otra salida. Si hacemos esto, mantenés el bloque unido, seguís siendo el dueño de la mitad de la Cámara, y le podes echar la culpa a otro. Acusalo a Cobos de traidor, bardealo un poco para la gilada. Dentro de tres meses nadie se va a acordar de quiénes votaron a favor de la ley y quiénes en contra. Si se aprueba, ninguno de esos senadores puede volver a su provincia. Si perdemos por goleada, como va a pasar, no llegamos a fin de año. Pero si nuestros senadores tienen la certeza de que aún si votan a favor, la ley no sale, te puedo asegurar que nos acompañan.
- Vos te volviste loco...
- No, Nestor, no nos queda otra. Fijate en el escenario. Aun apretándolos a los senadores no lograremos más que dos o tres votos más. Perdemos por mucho, y Duhalde o el que sea tratará de capitalizarlo. Y a los que apretemos no tendremos forma de mantenerlos adentro. La ley no va a salir, y vamos a perder por todos lados. Lo que te estoy proponiendo es reducir los daños.
- ¿Y después, cómo carajo gobernamos después?
- Retomás la iniciativa, mandás al congreso alguna ley importante mientras la gilada festeja, cambiás el clima, marcás la agenda. Instalás alguna discusión que te ponga por encima de la oposición y te puedo asegurar que levantás un montón de puntos en un par de semanas. La oposición se va a dormir, Nestor. Primerealos con algún proyecto progre de esos que presenta la Carrió. Sueldo básico universal, o el casamiento para los gays, una cosa así. Mientras la oposición sigue aplaudiendo que se cayeron las retenciones, vos ya recuperaste la iniciativa con un proyecto al que nadie se te va a poder oponer, y los llevás de la nariz para donde quieras.
- Vamos a quedar muy golpeados...
- Pero vas a demostrar que sos el único que se puede levantar después de una cosa así. Los vas a sorprender a todos. Estuve viendo cuatro o cinco temas que planteó la oposición y que nosotros hemos cajoneado. Agarrá alguno de esos y llevalo como bandera. En dos meses tenés a todo el mundo hablando del sueldo universal o de lo que puta sea, nadie se va a acordar de la 125.
- ¿Y por qué Cobos?
- Porque no es peronista, porque es un tipo leal y que entiende las jugadas, y que está dispuesto a apagar este incendio. Podes acordar con él, no te va a cagar. Entiende muy bien la situación.
- Pero entonces se va a volver un héroe...
- No creas, es un tipo que no saca los pies del plato. No se va a ir con Magnetto como sí harían la mitad de tus ministros. Si le asignás ese rol, el tipo te va a cumplir. Acordás con él que lo van a putear un poco para los medios, que hará la plancha hasta el fin del mandato, y que no aprovechará la movida que le generen alrededor. Cualquier otro te traicionaría, porque lo van a endiosar. Cobos no.
- Creo que Julio tiene razón, Nestor. Es un poco la historia de Judas, que Jesucristo le pidió que sea él quien lo venda a los romanos. Quedó para la historia como un traidor, pero en realidad ejecutó a la perfección la estrategia de Jesús...
- Chino, ¿desde cuándo un comunista sabe tanto de la Biblia?
Zanini miró a Nestor, bostezó en su cara. Se levantó de la mesa y le ordenó a Alberto Fernández, que esperaba afuera, que llamara a la Presidenta.
- Pero pidió que nadie la moleste...
- Llamala, pelotudo.
Cristina entró demacrada, sumida en una nube de Alplax. Zanini le explicó a grandes rasgos mi plan, ella me preguntó algunos detalles menores, y se retiró a dormir.
- Julito, ¿vos hablás con Cobos? ¿Para cuándo lo podes hablar?
- Llamalo. Que se venga ya mismo.
El vicepresidente comprendió la gravedad de la situación y conocía como nadie la encerrona en que se había metido el gobierno. Cuando le expliqué el plan, y cuál iba a ser su rol, miró desencajado a Kirchner.
- Mire Nestor, usted me está pidiendo que vote en contra del gobierno. No puedo hacer una cosa así.
- No hay otra Julio. Acá tu tocayo es el único que vino con una idea en la mano. No nos queda otra que agarrar viaje. Si no, volamos a la mierda, ¿entendés?
- Pero voy a quedar como un traidor.
- Ya está, doctor. Ya una parte de los radicales lo ve como un traidor. Eso estaba calculado cuando acordamos que iríamos todos juntos, y usted aceptó ese arreglo.
- Sí, pero esto es distinto, me van a matar...
- Julio, no te calentes. Yo te garantizo que no te va a pasar nada. Ni a vos ni a tu familia. Te putearemos para la tribuna porque esto tiene que ser creíble, pero te aseguro que nadie, pero nadie, se va a meter con vos. Vas a llegar al final de tu mandato, vas a conservar todos los cargos que tenés. Lo único que te voy a pedir es que no te subas al carro del hijo de puta de Magnetto, que te va a tratar como si fueras el salvador de la patria.
- Me extraña, Nestor. Sabe que soy leal.
- Sí, por eso te planteo esto que nos propuso Julito Carré. Y te voy a pedir que no seas candidato en el 2011, que ahí se pudre todo. Después, del 2013 en adelante, hacé lo que quieras.
- ¿La doctora sabe?
- Sí, Cristina está al tanto. Y está de acuerdo. Otra cosa, después de la votación te vas de Buenos Aires. Te encerrás en Mendoza hasta que pase la tormenta.
- ¿Y el partido?
- Te van a apoyar. Y vas a ir limpiando tu nombre por si querés ser candidato en el futuro. No antes del 2013. Total, esto de la transversalidad nunca dejó de ser una boludez.
Cobos firmó el acuerdo y salió meditabundo de la residencia presidencial. Conservaría ese cariz durante toda la sesión en el senado, que comenzó al otro día. En esas pocas horas logré convencer, sin dificultad, a diez senadores oficialistas que pensaban votar en contra del proyecto. Todos ellos, sin excepción, llamaron a Cobos para corroborar que el acuerdo era cierto, que había que llegar al empate y que el vicepresidente desempataría.
- Mire que he visto roscas insólitas en el Senado, pero como ésta, ninguna. Si esto sale bien, le van a tener que hacer un monumento, Julio.
Tomé las palabras de Antonio Cafiero como un cumplido. Era el único que conocía parte de la trama, aparte de los directamente implicados. Tuve que contarle para que me ayudara a quebrar la resistencia de un par de senadores. El viejo dirigente seguía siendo un tipo influyente y respetado en el peronismo, pero aún más en el Senado de la Nación. Disfrutamos la sesión compartiendo champagne y sandwiches de miga.
Para cuando Julio César Cleto Cobos, Vicepresidente de la Nación, Presidente del Senado, dijo “mi voto no es positivo, mi voto es negativo”, yo ya estaba borracho y Cafiero se había quedado dormido. Lo despertaron los aplausos y abucheos. Fuimos las únicas personas a las que Cobos recibió en su despacho apenas terminó la sesión.
- Don Julio, usted le acaba de hacer un gran favor al gobierno, y un mayor favor a la patria.
Mi saludo fue más escueto, en parte porque me avergonzaba estar un poco borracho en ese momento. Atiné a decirle que era un tipo leal, y que yo me encargaría de cuidarlo. Se lo notaba verdaderamente apesadumbrado, a pesar de que entendía que le había devuelto la vida a un gobierno que agonizaba prematuramente.
- Tengo que dejarlos, me espera el coche abajo. Me voy a Mendoza.
- Buen viaje, Julio. Sepa que ha hecho lo correcto.
- Eso espero...
Me despedí de Cobos con un apretón de manos exagerado, y de Cafiero con un abrazo cansado. Cuando llegué a casa dormí durante un día y medio. Al despertar, el gobierno había salido de una crisis terminal.
- Julio, me tenés que dar una mano urgente.
- ¿Eh, qué pasó?
- No te puedo explicar por acá. Venite a mi despacho.
- Pero son las once de la noche...
- ¡Venite, carajo, que es grave!
Terminamos en la azotea del Ministerio. La gente de Aníbal acababa de asesinar a tres empresarios de Quilmes vinculados al tráfico de efedrina. La orden era asustarlos para disciplinarlos, pero los matones de Fernández estaban demasiado drogados y terminaron matándolos. Escondieron los cuerpos un par de días en una cámara frigorífica, hasta que se animaron a contarle a su jefe, que los buscaba desesperado para conocer las novedades. Finalmente los cuerpos aparecieron en General Rodríguez, apenas a una media hora del lugar donde los mataron. Se movieron de manera tan torpe que dejaron rastros por todos lados.
Cuando encontramos a los hermanos Lanatta, los asesinos, estaban tan asustados y perdidos que apenas podían balbucear. Me había cruzado con ellos mil veces, en el Ministerio, en la campaña, cuando andábamos por Quilmes, hasta en los asados en la quinta de Aníbal. Me espantó pensar que esos chicos, que me parecían una bandita de inútiles sin destino, podían ser capaces de matar a tres personas como si fueran perros moribundos. La decisión indeciblemente torpe de guardar los cadáveres en una heladera del club evidenciaba el nivel de idiotez de estos muchachos, estragados por la cocaína y la ambición.
- Vamos a tener que entregarlos, Aníbal. Yo me encargo de que no hablen, averiguo sobre sus familias, lo que sea. Les garanticemos que en un año salen y los mandamos lejos. Si no, vamos a tener que boletearlos antes de que salgan de la cárcel.
- ¡Pero son como mi familia, conozco a estos pendejos desde hace años!
- Son ellos o vos. Reducción de daños. Las familias de los pibes muertos no van a levantar la perdiz, estaban los tres completamente sucios. Capaz que hasta los deudos terminan en cana. Pero vos vas a tener que despegarte de todo esto, te salpica muy de cerca.
- ¿Y cómo hago, Julio, cómo mierda hago?
- Busquemos algún cabezón que esté dispuesto a hacerse cargo del tema. Plantamos indicios para armar una causa y me lo llevo a Uruguay, unas semanas encanutado y después a Miami, fuera de circulación por unos años. Esto te va a costar plata, pero necesitamos inventar un sospechoso creíble.
- ¿Quién?
- No sé. Hablo con Corcho que está en el negocio. Alguno vamos a encontrar.
Encontramos a un traficante venido a menos que había tenido negocios con Forza, uno de los muertos. Bastó una reunión breve con este hombre, agobiado por las deudas y la adicción, para que entendiera que no podía negarse a ayudarnos. Mandé a Corcho a acondicionar “El Entrevero”, que no lo había usado nunca en pleno invierno. Acordé con Pérez Corradi, el traficante, que respetaría su vida y la de su familia. Para convencerlo le mostré una buena cantidad de fotos, no todas decentes. También, le aseguré que durante dos años su familia recibiría un sueldo de diez mil pesos por mes, suficiente como para alquilar una casa lejos del conurbano. A Pérez lo tendría durante unos días, acaso una semana, en mi refugio de Uruguay hasta que Aníbal me consiguiera los documentos para enviarlo a Miami.
Allí quedaría en custodia de los mexicanos amigos de Corcho, que le conseguirían algún trabajo legal y lo tendrían monitoreado. No podría volver a Argentina en los próximos ocho o nueve años, hasta que desapareciera el recuerdo del crimen en el que plantaríamos su nombre. Esa misma tarde el hombre hizo un par de bolsos y se despidió de su familia. Corcho lo llevaría a Uruguay, mientras yo me encargaba de explicarles a los fiscales lo que tenían que hacer.
Lo más espeluznante de todo esto es que pude reconstruir la muerte de Ricardo, el “sobrino” de Aníbal. Al chico lo habían detenido en el marco de una causa armada para presionar a la gente de Quilmes. En algún momento los policías que lo investigaban comenzaron a torturarlo para que les dijera quién era el jefe de la organización, para marcarles el territorio. Se les murió en las manos. Tuvieron que fraguar un suicidio, atándolo a una canilla que estaba a unos setenta centímetros del suelo.
El juez comprendió el escenario y se apresuró a declarar que esa muerte, colgarse a menos de un metro del suelo, era caso típico de muerte por mano propia. Lo que yo no había entendido al principio es que los asesinos también eran del entorno de Aníbal, que comprendió tarde que alguien de su confianza estaba tratando de quedarse con su organización.
En esos meses comenzaron a caer de a uno los eslabones de la cadena que podían conectar las piezas del rompecabezas: uno de los chicos que había sido socio de los empresarios muertos apareció “suicidado” arrojándose al vacío desde un noveno piso. El chico quiso esconderse en la casa de sus padres cuando vio que lo esperaban en su departamento, pero cuando llegó a la casa familiar se encontró con tres hombres que lo golpearon durante media hora. Cuando creyó que iban a dejarlo y olvidarse de él, lo tomaron del cuello y lo arrojaron al vacío. Otro de los integrantes fue arrollado por un tren, y ningún investigador se percató de que sus ropas estaban casi intactas.
- Me tiraron tres muertos, Julio...
- Te tiraron más que eso. Si a esos chicos no los mataron los Lanatta, hay alguien que te quiere dar algún mensaje. Alguien que te está pidiendo entrar en algún negocio. Ese alguien está muy cerca tuyo, pero todavía no puedo saber quién es.
- ¿Vos tenés alguna idea?
- No. Pero Corcho me dijo que vio por acá a la gente de Sinaloa. Tienen cocinas de metanfetaminas y necesitan cantidades industriales de efedrina. Me parece que vienen por eso.
- ¿De Sinaloa? ¿Estás seguro?
- Corcho los conoce desde los ´70, eran colegas. Ahora, ¿me querés decir qué hacen los mexicanos acá?
- ¿Cómo mierda querés que sepa?
- No te hagas el boludo conmigo, Aníbal. Vos sos el que maneja todo. Los aeropuertos, el RENAR, la aduana... Pero además explicame cómo todos esos pibes muertos pusieron plata para la campaña de Cristina.
- Mirá, el tema de los mexicanos lo maneja la SIDE, la ex-SIDE. No es tema mío. Y ese tema reporta a Olivos, yo no tengo nada que ver.
- Ahá...
- Me mataron a mi sobrino, pelotudo. Mataron a unos pibes que laburaban para nosotros, me metieron en la mierda hasta el cuello. ¿Vos creés que yo puedo estar metido en eso?
- No, no necesariamente. Pero vos tenés la información que necesitás. Sabés quiénes son y sabés qué quieren.
- Pusieron mucha plata los mexicanos. Mucha plata.
- Cuidate Aníbal.
Volví a casa pensando en que Argentina siempre podía convertirse en algo cada vez más siniestro. Pensé en Robbie, un adolescente expuesto a una infinidad de tentaciones, y con mucha plata en el bolsillo. Pensé en Esperanza, que comenzaba la escuela con una sonrisa enorme todas las mañanas. Pensé en Roxy, como una flor que nació y vivió entre la mierda acumulada de dos países enfermos. Pensé en mí, pero tenía que seguir corriendo hacia adelante.
Aproveché que las fiestas de fin de año se nos vinieron encima como un tren descarriado para adelantar nuestro viaje a Montevideo. Aproveché para hablar muy seriamente con Robbie para plantearle que debíamos irnos de Argentina, que la mierda literalmente estaba siempre por taparnos y que no quería perderlos a manos de ninguno de los grupos mafiosos que se disputaban los territorios a los tiros.
- Pero vos estás en el gobierno, viejo. ¿No podes hacer nada?
No tenía respuestas para una pregunta tan obvia. A Roxy unos pibes desmembrados por el paco le robaron el Palio poco antes de salir de vacaciones, incluso gatillaron un par de veces al aire, lo suficiente como para que mi mujer se tirara al suelo y los escuchara irse con su auto. Resultó fácil convencerla. Sobre todo porque en Montevideo podía encontrar una buena escuela para Esperanza.
Teníamos claro que nuestra vida recluida en Le Parc y Nordelta no nos ponía a salvo de la marea oscura que se acercaba a Argentina.
Robbie dudaba, porque quería comenzar la universidad con sus amigos del colegio. Le costaba entender que aún la gente poderosa era vulnerable. Decidió quedarse en Buenos Aires, viviendo conmigo hasta que yo pudiera alejarme de la política y los negocios con el gobierno. Sergio me prestó el avión de Meldorek para que fuera y viniera a Montevideo todas las semanas, de jueves a martes. Robbie me acompañaba fin de semana de por medio.
Debíamos comenzar la campaña electoral con anticipación, porque después de la payasada de la Resolución 125 que nos había paralizado el país la imagen del gobierno estaba por el suelo. Y nuestros aliados habituales de la oposición se relamían imaginando que podrían mordisquear porciones más interesantes del poder que les prestábamos. Pero no teníamos ningún candidato.
Los que habían sido fieles durante estos seis años tenían cada vez menos votos, los peronistas arrepentidos del Frepaso sabían leer y escribir, pero nadie los tomaba en serio, nuestros socios del conurbano bonaerense tenían los votos pero eran demasiado impresentables. Además, coqueteaban con cualquier otro candidato peronista, en parte para poner huevos en todas las canastas y en parte para extorsionarnos. Los únicos dirigentes propios que tenían intención de voto eran el propio Nestor, el gobernador Scioli y Sergio Massa, que venía de una buena gestión del sistema de jubilaciones. Medimos algunas figuras del espectáculo para ver si podíamos replicar el milagro de Menem, cuando inventó figuras votables del mundo del espectáculo y los deportes como “Palito” Ortega, Carlos Reutemann y el mismo Scioli.
- La única opción que veo es que sean candidatos.
- ¿Candidatos quiénes?
- Ustedes, Nestor. Vos y Daniel, y Sergio Massa.
- No hables huevadas, Julito.
- No hablo huevadas. Van a tener que ser candidatos, son los únicos que garantizan encolumnar a los intendentes y que no se vayan con De Narváez.
- Pero eso es poco serio, mirá si Daniel o Sergito van a dejar la provincia o el municipio.
- Pero después si quieren no asumen. Siguen en sus puestos y listo, ¿quién les va a venir a reclamar nada?
- ¿Pero eso se puede? Nadie se lo va a bancar.
- Claro que se puede, anoche estuve con el Chino estudiando la ley electoral y el reglamento del Congreso, no hay ningún impedimento legal. Después, la oposición va a patalear, pero más que nada porque les sacás el dulce de leche. Pensá nomás en que el colombiano pensaba quedarse con todo, y que Moreau le anda rondando para ir juntos. Si vos te presentas los dejás con las manos vacías. Los recontra cagás, Nestor.
- Pero la gente no se lo va a bancar.
- Y a vos te chupa un huevo, cuando hagamos un par de buenas movidas nadie se va a acordar. Y de paso vas vos al Congreso a marcar la cancha. Eso es inédito en la política argentina. Vos vas a ser el referente en el Congreso, para apuntalar desde ahí a Cristina. ¿Vos creés que con vos en una banca alguien se va a animar a sacar los pies del plato?
- ¿Y Daniel?
- Daniel no asume, renuncia a la diputación antes de asumir y sigue en la gobernación de la provincia. Y que les tiren los perros, nadie puede hacer nada.
- ¿Y vos decís que eso va a funcionar?
- Depende de para qué. No creo que ganemos las elecciones, pero podemos quedar muy cerca y con capacidad de reacción para sorprender a todo el mundo. Si no, estamos al horno. ¿Querés la listita de intendentes del conurbano que cerraron con el colombiano y con Macri? Si me preguntás, hasta Daniel está en eso.
- Ese manco hijo de puta...
- ...pero si sos candidato y le pedís que sea tu número dos, no va a poder decirte que no. Y sumás todo lo que él sume, que no es poco. Y partís al medio al colombiano y a Magnetto que le está dando rosca por detrás.
Nestor se quedó pensativo, sopesando la jugada. Lo motivaba más el daño que pudiera causarles a Scioli y a Magnetto, que la propia posibilidad de la victoria, improbable aún para los más fanáticos. La idea de encolumnar la tropa por la razón o por la fuerza era una tentación demasiado importante, especialmente si la encolumnaba por la fuerza. Del menú de opciones que le ofrecí para diluir el impacto de De Narváez prefirió, con sadismo torpe, la de vincularlo al tráfico de efedrina. Es cierto que no estaba completamente al margen de ese negocio, pero no dejaba de ser un jugador menor en un mercado que manejaba Aníbal.
El primer paso se cumplió con rigurosidad: no habían terminado los calores del verano cuando comenzó a difundirse que el colombiano estaba siendo investigado por la Aduana por su conexión con el tráfico de efedrina.
En realidad la operación fue burda y simple, pero efectiva: manipulamos desde la SIDE uno de los casi dos mil teléfonos que pertenecían a De Narváez para conectarlo con un viejo conocido de los tribunales bonaerenses, un contrabandista de bajo nivel de apellido Segovia. El teléfono era usado por un peón de un campo del colombiano, que nunca logró entender cómo habían aparecido llamadas hechas a un tipo que él no conocía. El peón vivió unos meses de zozobra, acechado por los tiburones bonaerenses que reportaban a nosotros o a su jefe.
El colombiano era un hombre previsor, que había comprado una red de medios de prensa apenas comenzó su carrera política en 2005. En aquél momento fue candidato de Duhalde, pero oscilaría durante todo su mandato entre las distintas versiones del peronismo. En realidad era uno entre tantos que había llegado a la política para hacer negocios, sólo que, tal como Macri, eran de los pocos que podían jactarse de haber sido empresarios millonarios desde antes de llegar a un cargo público.
Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo De Narváez continuaba creciendo en las encuestas y nuestras candidaturas “testimoniales” no dejaban de sumar rechazos. Frenéticos, lo único que podíamos hacer era adelantar las elecciones, porque si esperábamos hasta octubre no sólo saldríamos terceros sino que perderíamos el control de ambas cámaras. Cristina sería un pato rengo con un triste final.
Esta vez no hizo falta mucho para convencer a Nestor, que terminó ordenando el adelantamiento de las elecciones para disgusto de Cristina. Otra vez el hombre clave para convencer a la presidenta fue el Chino Zanini, la única persona de la mesa chica de Nestor a la que Cristina escuchaba, después de que Alberto Fernández saliera eyectado con la crisis del campo. La discusión terminó con Nestor a los gritos, hasta que el Chino le apoyó una mano en el hombro a la presidenta y le habló con voz suave.
- Cristina, Nestor tiene razón, no hay forma de repuntar. Si perdemos el Congreso no llegamos al 2011, vamos todos en cana. Olvidate de la calidad institucional y esas boludeces. Vamos en cana, Cristina.
Las elecciones fueron trajinadas por impugnaciones cruzadas a los candidatos y con una campaña inusual en pleno otoño. Correspondiendo al clima otoñal conseguimos un resultado pálido, perdiendo la elección por muy pocos votos. Francisco De Narváez había ganado, confirmando que Duhalde seguía activo y con posibilidades de hacernos daño. En términos nacionales, al menos podíamos decir que habíamos ganado las elecciones por un manojo de votos, pero era bien claro que tendríamos dos años de mucho trabajo para reconstruir lo perdido. Esta vez no tuve que correr por cada provincia repartiendo cheques, porque me asignaron a la provincia de Buenos Aires.
La reacción fue rápida, tal como estaba previsto. A las pocas semanas de las elecciones presentamos un proyecto de ley para controlar los monopolios mediáticos. Con la excusa de impedir la concentración de medios en manos de grupos empresarios comenzamos una guerra de zapa contra Magnetto para despojarlo legalmente de lo que Nestor había intentado obtener por la fuerza: la ley ordenaba que si una empresa tenía canales de aire, no podía tener canales de cable, o radios. Hasta ese momento sólo el Grupo Clarín tenía esa concentración, pero en adelante lograríamos consolidar grupos amigos, como el de “Chupete” Manzano y Daniel Vila.
Necesitábamos recuperar algo de aire, y propuse armar un simulacro de debate para que todo el mundo dijera algo sobre la ley. Que tomáramos en serio esos aportes era otra cosa. Por lo tanto, cuando terminó ese circo republicano y deliberativo, al proyecto de ley no le tocamos una coma. El único punto que generó algunas dudas fue que permitiríamos que Telefónica siguiera siendo dueña de canales de televisión por cable, pero eso fue un negocio de Nestor que no podíamos tocar.
Al mismo tiempo comenzamos a impulsar un viejo proyecto de Elisa Carrió que aseguraba un ingreso universal que fuera reemplazando a los planes asistenciales. La agitación por este tema determinó que Carrió insistiera en sus proyectos, pero decidimos sacar el tema del Congreso y presentarlo por decreto para concentrar el mérito en la presidenta y explotar el impacto político.
Con las dos medidas ganamos el aplauso tibio de parte de la progresía argentina, que necesitaba desesperadamente creer en cualquier cosa que le sacudiera la frustración perenne. En el Congreso la oposición logró unirse para tratar de imponer algunos temas en la agenda y quedarse con la presidencia de las comisiones, pero sus propias desinteligencias terminaron por desmembrar ese acuerdo incipiente y torpe. Ni siquiera tuvimos que operar fuerte, más allá de entregarle un par de valijas a un puñado de diputados.
El 25 de octubre era el día en que Cristina había fijado originalmente las elecciones, y al que hubiéramos llegado completamente derrotados si no las adelantaba y si el mismo Nestor no se ponía al frente de la lista junto a Daniel Scioli y Sergio Massa. Ese día Cristina había recuperado casi la totalidad de la imagen positiva que tenía cuando llegó a la presidencia.
- Creo que no nos fue nada mal con mis consejos, ¿no?
- Sos un hinchapelotas, Julito, pero tengo que reconocer que tuviste razón. Si le daba bola a estos dos pelotudos ahora estábamos bajo tierra...
Los pelotudos eran Aníbal Fernández y Daniel Scioli, que tragaron saliva por separado y sonrieron al unísono. Ambos se habían opuesto al adelantamiento de las elecciones y a las candidaturas testimoniales, que aceptaron muy a regañadientes.
Ese mismo día volví con Robbie a Montevideo, después de varias semanas sin poder ir. Me encontré con Roxy hecha una furia, porque casi no había estado disponible para ella en varios meses. En sus planteos resonaba el eco de los reclamos que me había hecho a principio de los noventa, cuando me dejó y se fue a Miami: entendí que estábamos acercándonos de nuevo a ese campo árido del abandono mutuo. Ya había atravesado ese infierno y no quería hacerlo de nuevo. Pero tenía claro que si quería una vida normal debía olvidarme de la política, esa infernal carrera hacia adelante en la que nunca había podido detenerme a pensar si realmente quería seguir en ella.
Yo ya estaba agotado, el poder me interesaba cada vez menos porque ya no lo necesitaba para sobrevivir. Confiaba en que viviendo como un empresario legal en Uruguay podría alejarme de todo y disfrutar a mi familia y el dinero que había acumulado, mucho más que lo que jamás había soñado. Dediqué esos últimos meses a organizar mis negocios para quedarme en Montevideo todo lo que pudiera.
Deslindé en Corcho todos los negocios que pudieran comprometerme, porque los negocios inmobiliarios eran lo suficientemente rentables como para garantizar unos ingresos generosos para mi familia y para invertir también en Uruguay. Robbie nunca abandonó el negocio de ropa para bebés, y lo hizo crecer tanto que comenzó a pensar también en abrir otro local en Montevideo.
Nos tomamos un buen tiempo antes de volver a Buenos Aires con Robbie. El 2010 se presentaba sin mayores dificultades, y el hecho de que no fuera un año electoral me permitiría comenzar a retirarme sin demasiados sobresaltos.
Pero el destino no me lo haría tan fácil, porque Nestor fue elegido presidente de UNASUR y tuvimos que sortear la oposición del gobierno uruguayo. Tabaré Vázquez rechazaba a Kirchner porque éste había apoyado a los ambientalistas que bloqueaban un puente sobre el río Uruguay. Durante esos primeros meses del año tuve que dedicarme a atender una compleja red de negocios, acuerdos políticos e institucionales entre los dos países, para lograr lo que Nestor quería. Finalmente la asunción de Pepe Mujica resolvió todo, porque apoyó la candidatura de Kirchner y terminó el conflicto. Al menos en ese tiempo la mayoría de las gestiones eran en Montevideo, y hasta podía ir y volver caminando a mi casa.
El problema es que Nestor no quería dejarme ir. Yo le había resuelto varios problemas que su gente de confianza no había podido resolver. Por otra parte yo no confiaba en los ministros ni en la mesa chica de los Kirchner, ese curioso ensamble entre duhaldistas arrepentidos y santacruceños por adopción. La convivencia “cama adentro” sería imposible, y tampoco podía exponerme como una persona pública. Esperé a que se instalara en Uruguay para asumir en el Parlasur, antes de insistir en mi apartamiento. Pero fue en vano.
Ese invierno se profundizaron los conflictos con Hugo Moyano, a quien habíamos convertido en el gremialista de Estado que nos permitía contener los sindicatos y presionar a los empresarios. Pero Moyano nos presionaba también a nosotros. Alguien lo había persuadido de que podía llegar a ser candidato a algo, y hasta se había ilusionado con alguna candidatura en las elecciones pasadas. Incluso planteaba que si en Brasil había un presidente sindicalista, también podía haber uno en Argentina. Ese delirio solamente buscaba desafiar la conducción de Kirchner sobre el peronismo.
Como parte de ese delirio había llegado a apersonarse en la casa de los Kirchner en El Calafate, interrumpiendo una cena a los gritos para exigir negocios y espacios de poder. Su irrupción evidenció que la seguridad presidencial era absolutamente permeable, y para cuando los guardias pudieron reducirlo y enviarlo de nuevo a Buenos Aires ya había generado un daño en la imagen de la pareja que podía ser incalculable. La única manera de detenerlo era demostrando que alguien tenía más fuerza que él: sus reflejos de gremialista le indicarían que debía aliviar su embestida, y sus recuerdos de camionero le indicarían que estaba por quedarse sin frenos.
- Negro, te lo voy a decir una sola vez. Acá lo tengo a tu hijo en un sótano, a Facundo. Si no te dejás de romper las bolas, y si no te olvidás para siempre de lo que acabás de hacer en Santa Cruz, te juro que lo vas a tener que ir a buscar al Riachuelo.
- ¿Qué mierda estás haciendo? ¿Qué te metés con mi hijo?
- Sé muy bien lo que estoy haciendo, y vos también lo sabés. Ahora te vas a ir a tu casa, te vas a encerrar por 48 horas, no vas a atender ningún llamado ni vas a llamar a nadie, y si hacés lo que te digo, en 49 horas Facundo aparece. Vivo.
- ¿Pero vos te creés que me podes apretar a mí? ¿Vos sabés con quien te metiste, hijo de puta?
- Sé muy bien con quién me metí. Te acabo de mandar una foto de Facundo, que está acá escuchando la conversación. La pistola que tiene apoyada en la cabeza es la mía. Y la va a tener ahí solamente por 49 horas si hacés todo bien. Si no, todo esto va a durar mucho menos. Y lo vas a tener que ir a buscar con un traje de madera. En este momento está yendo mi gente a buscar a tu mujer, a ver si te ayuda a entrar en razón.
- ¡Con la Gringa no, eh! ¡Con la Gringa no!
- Negro, me decepcionás. Estás dispuesto a que le desparrame los sesos a tu hijo pero te ponés loco si menciono a tu mujer... eso no es de buen peronista. Lo lamento mucho por Facu que tiene que escuchar todo esto.
Cinco minutos más tarde Moyano estaba en su casa, enclaustrado, tratando de salir del atolladero en el que se había metido. Tuvo que retroceder y mantenerse callado. Largué a Facundo solamente porque me conmovió la desesperación primero, la decepción después y finalmente el asco que vi en sus ojos. El chico no era un monje, pero mantenía una fibra humana que yo acababa de destruir enrostrándole la miseria de su padre, que no dudó en transarlo por su mujer. Ya no podía soportar estas cosas. Tenía que alejarme.
- Vos no te vas a ningún lado, Julito. Te necesito conmigo. Y me importa un carajo eso que me decís.
- No te vengo a pedir permiso. Vengo a informarte que me voy. Se terminó para mí.
- Vos no entendés nada. Si yo quiero te meto en cana a vos y a tu pendejo. Y te voy a buscar a Montevideo o a la China. No te estoy pidiendo que te quedes. Te lo estoy ordenando.
La salud de Nestor estaba comprometida por sus problemas cardíacos. Su dormitorio era una unidad coronaria sofisticada y rondaban por la casa de Calafate una docena de médicos y enfermeras. Le habían ordenado no ofuscarse porque nunca había terminado de recuperarse de la última operación del corazón. Hice un intento más.
- Nestor, a mí nadie me presiona. Ni vos ni nadie. Yo sobreviví a los milicos cuando vos brindabas con ellos. Cuando vos te llenabas de guita con la 1050, yo estaba secuestrado en la “pecera” de la ESMA. Yo transité todos los campos minados. Hice cosas que nadie se animó a hacer. Te serví lealmente. Te salvé las papas, a vos y a Cristina. Ya no puedo más, no puedo garantizarte que las cosas me saldrán siempre bien. Lo que pasó con el chico de Moyano me puso muy al borde del desastre. Vos no estuviste ahí, siempre tuviste alguien que meta las patas en el barro por vos.
- ¿Ves esta carpeta? Acá tengo información tuya, de tu mujer, de tu suegro y hasta del chico tuyo. ¿Sabías que se droga? ¡Mirá que puede caer en cana el chico tuyo!
El primer golpe fue directo al pómulo y lo tiró al suelo. Como en un loop del destino, me di cuenta de que estaba por pegarle una trompada cuando ya le había pegado. Intentó levantarse, más perplejo que dolorido. Tres patadas en el estómago lo detuvieron. La cuarta, más fuerte, fue en el pecho. Cayó de espaldas con los ojos desorbitados, intentando tomar aire, agitando los brazos en vano. Cuando se quedó quieto comenzó a formarse una mancha de orina en su pantalón de franela. Yo levanté la carpeta, que efectivamente tenía información sobre mi familia y sobre mí, y salí de la habitación. Nadie entraría en esa oficina hasta que el mismo Nestor diera por terminada la reunión. Saludé a Lázaro Báez, que jugaba al truco con Cristina en el living.
- ¿Y? ¿Me vas a vender “El Entrevero”, o no?
- Creo que sí, Lázaro. Ya no creo que me sirva más esa casa.
En el camino al aeródromo me crucé con la primera ambulancia que iba a la casa de los Kirchner. Subí al avión de Meldorek y cuatro horas más tarde estaba aterrizando en San Fernando. Corrí a casa, busqué más documentación y fui a esconder todo al monoambiente de Belgrano. Cuando Robbie llegó de la facultad lo esperé con su bolso listo.
- Nos vamos a Montevideo ya mismo. Te cuento en el camino.
Mientras íbamos a San Fernando a tomar el avión que nos esperaba, comenzaba a moverse una marea humana que reptaba hacia la Casa de Gobierno. Caía la tarde del miércoles, y había banderitas por todos lados.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario