viernes, 22 de mayo de 2020

Capítulo 11: Bombardeen Buenos Aires


Volvimos agotados de Punta del Este, sobre todo porque manejé yo solo todo el viaje, mientras Claudia se hacía cargo de Roby que no se quedaba en paz.
- Le haría falta un hermanito para jugar en los viajes...
- ¿Para qué, para que se peleen todo el tiempo?
- ¿No tenés otra cosa para responder?, ¿cómo podés ser siempre el mismo amargo?
Claudia no me habló durante los últimos cincuenta kilómetros y Roby pareció aliarse con su madre para ponerse aún más inquieto. Cuando llegamos a casa mi mujer se dio una ducha y se dedicó a organizar la ropa sucia, de modo que me tocó bañar al bebé. Después de darle de comer se me durmió en los brazos y lo dejé en su cuna. A pesar de todo, este viaje no había sido todo tan malo; cuidar a mi hijo me redimía de a ratos.
El año comenzaba de a poco, la estabilidad económica y la esperanza promovida por el peso que reemplazaba a los australes habían favorecido un éxodo de turistas hacia cualquier lado, y hasta nuestra actividad política comenzaba con desgano. El mes de febrero es ese largo lunes que dura veintiocho días.
A mediados de marzo volvía de almorzar cuando me sacudió una explosión y el temblor que la siguió me hizo trastabillar. Creí que era un terremoto, pero el movimiento del suelo cesó casi de inmediato. El ruido no. La gente a mi alrededor corría, como escapando de alguna bestia imaginaria. Me asomé a la esquina de Suipacha y desde allí venía una nube de polvo avanzando lenta, como si fuera la morosa evocación de un improbable tsunami. Comencé a caminar primero, después a correr hacia allí. Una, dos, tres cuadras. Llegué con las primeras sirenas, había escombros y polvo y gente aterrada y gritos por todos lados.
- Oiga, ¿qué carajo pasó?
El kiosquero me miró con los ojos estragados y señaló el lugar.
- La embajada... la embajada...
Su dedo tembloroso señalaba el epicentro de ese infierno, ese horrendo fragmento del desastre balcánico enclavado en el centro de Retiro. Ahí había estado, hasta hace unos minutos, la Embajada de Israel. Lo supe cuando le pregunté a otros comerciantes de la zona, todos estupefactos, gritando, llorando, iracundos u horrorizados. Me quise acercar al hueco informe de donde todavía venían algunos gritos, apelmazados entre los escombros, pero los primeros policías me corrieron.
Me di cuenta de que también yo estaba llorando. Impotente, como cuando me picaneaban en la ESMA. Ese dolor atroz de la injusticia que reduce el dolor físico a una molestia somera, superficial. ¿Qué mierda es esto? ¿Quién hizo esto? ¿Por qué? Quise acercarme a ayudar a los primeros voluntarios que removían escombros entre el polvillo y los gritos, pero vinieron los bomberos y me echaron de nuevo. Volví caminando a mi casa, llorando como un chico que echaron de la escuela. En dirección opuesta pasaban las ambulancias, los camiones de los bomberos, la policía. Era un infierno de ruidos, de sirenas. Mejor así, los gritos casi no se escuchan. Llegando a casa vi pasar la primera Traffic de Canal 13.
El portero me vio entrar al edificio, dejó caer la radio que tenía junto a su oído, y quiso decirme algo. No pudo. Entré en el ascensor y miré mi reflejo en el espejo: estaba completamente cubierto de polvo, blancuzco, con solamente el rastro oscurecido que bajaba de mis ojos enrojecidos. No tenía mi maletín, de eso me di cuenta cuando el ascensor estaba por el cuarto piso. Tenía las manos llenas de sangre, ¿en qué momento me había lastimado?, ¿era mía esa sangre? Abrí la puerta de mi casa.
Claudia se levantó del sillón frente al televisor cuando me vio. Tenía a Roby en brazos, y también lloraba. Palideció al verme, al ver mis manos con la sangre reseca, mi pelo completamente blanquecino, el polvo que me cubría entero. La abracé, los abracé en silencio, y lloramos juntos. Un rato después me fui a dar una ducha. Mi ropa no sirvió más. El pelo que me quedaba comenzaría a volverse gris esa misma tarde, exactamente del mismo color que tenía cuando me alejé bajando por Suipacha, por donde había venido.
- ¿Dónde mierda estuviste, pelotudo? ¡Nos volvimos locos tratando de encontrarte!
- Mirá, no sé, estuve ahí, muy cerca. Sé que fui a comer por Suipacha. Pero después te juro que no sé. En algún momento volví a mi casa. No tengo idea de lo que hice en el medio.
- Esto es un desastre, Julio, tenemos que saber quién hizo esto. Te espera el senador.
Estaba pálido el senador.
- Me alegro de verlo bien, Carré. Pero nos ha preocupado mucho, chango. ¿Por dónde ha estado?
- Mire senador, no sé qué me ha pasado, fui a comer por Suipacha y estaba volviendo a la oficina cuando escuché la explosión. No sabía dónde había sido ni qué había pasado, pero terminé ahí en la Embajada. Estuve un rato tratando de ayudar, supongo, y se ve que perdí noción del tiempo. No me acuerdo de nada, solamente de que volví a mi casa para ver a mi mujer y mi hijo. Si me pregunta, no me acuerdo de nada de lo que vi en ese lugar.
- Mejor, Carré, porque eso ha sido un infierno. El olvido es una de las bendiciones de Dios.
- No sabía eso.
- Es así. Ahora lo sabe. La memoria puede ser un castigo, a veces es mejor no acordarse de las cosas.
- Sí, lo comprendo perfectamente. Dígame, senador, ¿sabemos qué ha pasado?
- Según los primeros informes han puesto una carga de trotyl en panes, se calcula que muchos, por los daños. Han destrozado el edificio de la Embajada y dos o tres alrededor. No sabemos todavía cuanta gente murió o quedó muy lastimada.
- ¿Quiénes y por qué?
- Hay dos o tres hipótesis, pero todas se vinculan al mundo árabe. Hay alguna gente molesta porque tenían expectativas de conseguir los planos del Proyecto Cóndor II. Los americanos nos pidieron que no avancemos con ese tema pero no nos prohibieron que lo vendamos, y estábamos en eso. Los egipcios y los libaneses lo querían, pero estábamos con algunas complicaciones y se estaban impacientando. De todos modos esas hipótesis no son serias. Creemos que esta el Hezbollah detrás, pero no es seguro. Tampoco sabemos por qué, creemos que en realidad quisieron atentar contra Israel y el lugar menos protegido era Buenos Aires.
- ¿Y el gobierno qué va a hacer?
- Mire, no podemos quedar pegados a una cosa del Hezbollah, eso nos pone en un mapa en el que no queremos estar. Pero tampoco podemos tener problemas con la comunidad musulmana en Argentina ni en ningún lado, nos han apoyado mucho siempre.
- ¿Le parece que armemos otra línea de investigación?
- Sí, y para eso lo llamé. Necesitamos tener una hipótesis que nos aleje de esto, usted se encargará de armarla, buscar a los que la seguirán en los tribunales y la difundirán en los medios. Contará con todo el apoyo, no hace falta que le diga.
- ¿Tiene alguna idea en particular? ¿Necesita que comprometamos a alguien?
- No, pero tiene que ser alguien que no nos genere problemas. Algún indefendible.
- Comprendido, me encargaré de eso. ¿Trabajaré con alguna agencia?
- No, no, déjelos a Yofre y Anzorreguy tranquilos por ahora. Ya si necesita algo se comunicará con ellos, pero cuando tenga algo.
- Perfecto, así se hará.
- Que tenga buen día, Carré. Y que Dios lo bendiga.
- Muchas gracias senador, también a usted. Todos necesitaremos mucha fuerza en este momento.
Salí del despacho con ánimo sombrío. Ya sabíamos que había casi treinta muertos y trescientos heridos. Era una atrocidad sin nombre. Lo que yo no sabía, y era evidente que no se quería que lo supiera, es qué había detrás del atentado. La referencia a negocios turbios era espeluznante, pero el gobierno había sido un festival de negocios en estos pocos años. Incluso un operador raso como yo, que había limpiado la cancha para la privatización de SEGBA, había cobrado una suma suculenta. Fue mi primer millón, y lo deposité en Suiza, como me indicó Bulgheroni en persona.
Pero eso era una cosa. El atentado de la embajada era otra, muy distinta, que combinaba algún negocio directamente inconfesable con el juego político internacional en una región que hasta ese momento me había sido indiferente. La agenda de Medio Oriente se metió en mi vida sin quererlo ni poder evitarlo, como casi todo lo que había entrado en ella. Iba a tener que agenciarme de información, y al mismo tiempo armar una historia para entretener a la Justicia y los medios.
- Senador, podemos armar una hipótesis en torno a la conexión local, tratar de plantearlo como un caso de antisemitismo. Están implicados algunos policías de la Bonaerense y la Federal en este tema, son pescados menores pero nos pueden servir. La idea es reconfigurar lo que se sabe de los iraníes para que quede como que solamente vendieron los explosivos, y de este modo desviamos la atención de allí.
- Pero me parece medio endeble, ¿cómo se le ocurre que los medios van a creer eso?
- Mire, hay un comisario Telleldín que durante el Proceso usaba esvásticas en los interrogatorios. No era el único, pero era uno de los más notorios. Hay dos o tres más que se han dedicado a negocios turbios y son todos medio nazis.
- No, no. Nadie lo va a creer. ¿Tiene alguna otra idea?
- Sí, pero me parece más delicada. Plantear que la explosión vino de adentro de la embajada, porque entonces la responsabilidad recaería sobre Israel. Y entonces ellos tendrían que salir a explicar por qué no tienen nada que ver. Por lo que averigüé, estaban haciendo refacciones y la gente y los materiales entraban y salían casi sin controles. Podemos plantear que alguien les entró algún explosivo y que ellos no fueron capaces de detectarlo. De este modo se vuelve incierto el motivo de la explosión, y lo que queda claro es que de alguna manera fue responsabilidad de ellos.
- Me parece medio excesivo, pero nos permitiría ganar tiempo.
- No pretendo que esto se convierta en la historia oficial, sino que permita embarrar la cancha lo suficiente como para que se debiliten las hipótesis que puedan complicar al gobierno. Al cabo de un tiempo se abandonará esta tesis pero ya todo el mundo estará en otra cosa.
- Hará falta alguien que se anime a comprar eso, es ponerse de punta con los israelitas.
- También pensé en eso. El Doctor Levene tiene una inclinación que creo que es favorable a esta postura...
- No se le ocurra meterse con la Corte Suprema.
- Mire, he estudiado a Levene, seguirá sus propias ideas sobre este tema, y si lo ayudamos será un eficaz transmisor. Pero además estoy convencido de que su secretario penal será mucho más decidido para propagar la idea.
- ¿El Doctor Bisordi?
- El mismo. Creo que le encantará echarles la culpa del atentado a los judíos. Es un hombre que no mide nada.
- Bueno, explore esa idea, pero por favor, con la máxima cautela, porque somos conscientes de que es una perfecta payasada.
- Por supuesto. Está clarísimo.
El catolicismo militante de la mayoría de los jueces y funcionarios judiciales tiene un lado oscuro: suelen ser abierta o solapadamente antisemitas. Tal como lo habíamos previsto, la Corte Suprema encargó la investigación a su secretario penal; y éste basó en los indicios que le confeccioné para sustentar la idea de la implosión de la Embajada de Israel. Bisordi descartó de plano la idea del coche-bomba, y defendió con ahínco el cuentito que yo le había armado. Seguiría defendiéndolo hasta años después de dejar la Corte, quejándose de las injerencias del Mossad, sugiriendo un autoatentado, haciendo el ridículo con constancia y decisión.
Mientras, yo tenía otras urgencias que atender. El gobierno había decidido privatizar YPF y había sectores en la oposición que lo impedían constantemente. Quienes defendían la privatización con mayor énfasis eran los gobernadores de provincias petroleras, porque les habíamos concedido ciertos derechos sobre los recursos naturales. De este modo, cualquier intento de privatizar YPF implicaría que ellos cobrarían una tajada suculenta. Algunos gobernadores, sin embargo, plantearon problemas.
- ¿Se puede saber qué es lo que quiere este muchacho? Si hasta su señora está de acuerdo, no sé qué es lo que pretenden...
- Quinientos millones quieren. En dólares. Eso es lo que pide Néstor. Es un doble juego, porque a la vez dicen que Santa Cruz ya tiene firmados los acuerdos de explotación con Chevron o Texaco, y que está en juego el prestigio de la provincia. ¿Usted leyó el discurso de Cristina en la legislatura de esta tarde? Hizo aprobar una declaración exigiendo a los diputados nacionales que aprueben el proyecto, porque ellos ya vendieron su parte. Ellos vendieron los pozos antes de que salga la ley, y quieren los quinientos ya.
- Pero acá dice que son cuatrocientos ochenta los que les corresponde...
- Sí senador, pero ellos quieren quinientos. A buen entendedor... Mire, ellos van a apoyar la ley, de hecho se comprometieron hasta las manos en esto. Se juegan la cabeza.
- Está bien, les vamos a mandar esos quinientos millones. Pero quiero que todos ellos terminen de cerrar a la gente de Chubut y Neuquén.
- Senador, Néstor ya está en eso, ha viajado a Salta y Jujuy también. Tienen un diputado nacional que se opone a la privatización, y le están pegando una apretada importante. Kirchner y Parrilli están jugando muy fuerte en esto, fuerte en serio, nos han pedido algunas carpetas de alguna gente. Y esto también se reflejará en cómo quedarán ellos parados después de las elecciones del año que viene, así que tendremos que acompañar a los que nos están ayudando.
- No hace falta que me lo diga, Carré. Llegado el momento usted se encargará de eso. Dígale a Kirchner que le mandaremos ese dinero. Y agradézcale de mi parte por la mano que nos dan.
Una semana más tarde aprobamos la ley que transformaba a YPF en una sociedad anónima y permitía la venta de acciones a capitales privados. Puse ahí una parte de mis ahorros. Tiempo después vendería esas acciones a un tal Eskenazi, un empresario al que ayudamos a surgir años más tarde. Cada uno de los que nos ayudaron con la privatización recibió una compensación más que jugosa, porque a diferencia de operaciones como la de Entel, en este caso estaban en juego los derechos de las provincias.
Y a diferencia de la privatización de Gas del Estado, esta vez no tuvimos que recurrir a seis empleados para que se sentaran en las bancas que habían dejado libre los radicales. Aquella jugada fue osada y desesperada en partes iguales: los radicales se habían levantado del recinto y no había quórum para sesionar. Teníamos acuerdos con los inversores, que ya habían puesto parte del dinero, y no podíamos defraudarlos. Los seis empleados eran empleados del bloque, y ni bien votaron se retiraron del recinto.
Solamente uno de ellos, don Juan Kenan, no pudo escaparse a tiempo y un periodista de Clarín lo fotografió y lo persiguió. El empleado descubierto pasaría a la historia como el “diputrucho”. Pobre viejo, se ensañaron con don Kenan, y hasta lo hicieron pasar la noche en una comisaría, a sus 72 años. El periodista, Armando Vidal, nunca supo que salvó su vida de milagro cuando una bala pasó a milímetros de su cabeza una semana después. Si me hubieran encargado ese trabajo a mí el resultado hubiera sido distinto.
No pudimos tapar aquél escándalo, pero al menos compramos tiempo: cuando se hizo insostenible la situación de esa ley dispusimos que se volviera a votar, pero esta vez ya habíamos aceitado el quórum y los votos necesarios. Con YPF la votación fue perfecta: a los que no convencimos con los sobres, los convencimos con las fotos de sus familias o de sus amantes; y en algunos casos con ambas.
Ese invierno Claudia me pidió que alquile un local para vender ropa para niños, porque quería comenzar a trabajar por su cuenta y no depender de mí. Roby podía acompañarla siempre que fuera en un lugar apacible. Se acababa de inaugurar el Alto Palermo, un shopping moderno, elegante y con pretensiones aristocráticas, una metáfora perfecta de los tiempos que vivíamos. Con la ayuda de algunas maniobras pude conseguir el local que necesitaba para mi mujer a un precio razonable. Tenerla ocupada y en un lugar fijo me permitía además moverme con mayor libertad cuando venía Roxi. Desde que Corcho había arreglado para ingresar sus productos por la Aduana, venían los dos de visita cada dos o tres meses. Había vuelto a hablar con Corcho, quien en algún momento me propuso dedicarme al negocio que él regenteaba.
- Te propongo una cosa mejor. Invertí acá la plata que se sobre, yo te puedo conseguir información para hacer buenos negocios y vamos a porcentaje. No te quedes pegado a una sola cosa, porque se puede terminar.
- No, Roger (me seguían llamando Roger, y yo cuidaba de que no conocieran mi nuevo nombre), este negocio no se termina. Están todos metidos. ¿Con qué creés que se financia la política en la Argentina? Con la “merluza”, papá. Y Carelli, ¿te acordás del Mayor Carelli?, bueno, está medio enfermo. Se agarró un virus raro que le pegó una mina con la que andaba. No sabés cómo está, da pena verlo. Creo que no llega a fin de año. Y yo me quedaría con el negocio.
- Está bien, pero además pensá en Roxi, en que tenga algo propio y que no dependa del mexicano ése.
- Colombiano. Y es un buen muchacho che, y la maneja toda. Pero está bien lo que decís, podemos armar algo acá. ¿Qué se te ocurre?
- Mirá, con el tema de las armas podés ayudarnos a triangular algunas cosas. Se están vendiendo armas del ejército y de Fabricaciones Militares bajo cuerda, que no se pueden blanquear por compromisos internacionales. Necesitaríamos contactos y estructura para colocar nuestra mercadería en otras plazas.
- Pero pará, ¿quién está metido en eso? Es medio jodido, me parece...
- Todo el gobierno, Corcho. Detalles no te puedo dar, pero hace rato que hay armas nuestras en cuanto quilombo hay en el mundo. El tema es que los intermediarios se están quedando con mucha plata, más de la mitad se la quedan ellos.
- Tengo unos amigos mexicanos que son un lujo, dentro de poco van a quedarse con el negocio de los colombianos. Pero ahora necesitan fierros. Son tropas de elite contra el narcotráfico, pero se hartaron de verla pasar bajo sus narices y que se la queden los jefes y los políticos. Seguirán bajo bandera para controlar territorio, pero se están armando de a poco. Es buena idea ayudarlos, pero va a llevar tiempo...
- Está bien. Mientras tanto estoy pensando que con esto de la apertura de la importación habría que comenzar a traer cosas de Estados Unidos.
- ¿Cosas como qué? ¿Autos y esas cosas decís?
- No, los autos tienen un régimen especial, es otro negocio en el que no nos podemos meter. La dibujamos para Macri y Antelo que están bicicleteando autos con Uruguay y traen ellos lo que no quieren fabricar acá. El resto del negocio será muy chico y ya está repartido. Lo que acá no hay mucho es máquinas expendedoras de Coca Cola. Eso es bien yanqui y todavía hay pocas. ¿Vos podrás conseguir alguna línea para importarlas?
- No se me había ocurrido, pero puedo preguntar. Che, y además si acá podemos entrarlas por aduanas amigas pueden venir cargadas.
- Claro, en eso pensaba, no me interesan las máquinas solas. ¿Sabés la cantidad de merca que podés meter en una máquina de ésas?
- Ya está. Traemos las máquinas, ¿y después?
- Después armamos la red de distribución por todo el país. Pensá en los cines, en los clubes, en los kioscos grandes. Toda la gente que echaron de las empresas públicas puso la indemnización en un maxikiosco. Armamos la red y se la alquilamos a Coca Cola. Ponemos los tipos y las Traffic a distribuir coca por todos lados, ¿quién los va a joder? Y de paso te lo sacás de encima al entrerriano ése.
- ¡Pero che, vos no querés a ninguno de mis amigos!
- Ese tipo te va a cagar, Corcho. Roxi en ésta tiene razón. Está bien tenerlo de socio ahora, pero necesitás tu propia entrada al país.
- ¿Y por dónde entraríamos?
- Eso dejámelo a mí, hay marinos que me deben algunas gauchadas. Vos poné parte de la plata para las Traffic, y que esté a nombre de Roxi. O mejor, armemos una sociedad anónima en Uruguay así no aparece nada a nombre de nadie; y ponela a Roxi de gerente para que ella controle.
Dos meses después le alquilamos al Gordo Antúnez una de sus playas en Balvanera. Manuel Antelo, que me debía algunos favores, me vendió diez Traffic a precio de amigo: las pagué a la mitad del precio de lista, pero en dólares que le entregué en la mano a su secretario. También había una cigarrera de plata labrada, llena de cocaína purísima, cortesía de Corcho.
Al tercer mes ya teníamos colocadas las primeras cinco expendedoras de latas en un cine de Belgrano, otro de San Isidro, y dos kioscos de Palermo, que duplicaron su clientela a la hora en que los repositores iban a distribuir las gaseosas. La quinta máquina estaba en el Alto Palermo, frente al negocio de mi mujer, que no entendía por qué algunos chicos del barrio iban justo a la hora en que caían los repositores. No veía, desde su mostrador, que uno de los empleados cargaba las latas mientras el otro distribuía “papeles” en el baño.
Hacia fin de año habíamos pagado el crédito para comprar las máquinas y pensábamos ubicar algunas más en el interior. Buscábamos mercados ABC1 para que nadie rompiera las máquinas ni nuestros muchachos tuvieran problemas. El resto del mercado lo manejaban nuestros amigos del peronismo. Esperábamos poner máquinas en Rosario, Córdoba, Mendoza y Mar del Plata, no más de dos o tres en cada ciudad, para mantener el negocio controlable. Agregamos Pinamar, porque los funcionarios y sus hijos iban allí desde diciembre a marzo.
- Mire Carré, lo noto medio distraído estos meses. Me parece bien que se dedique a la actividad privada cuando pueda, porque no siempre estaremos en el gobierno. Pero su actividad principal es ésta, si me permite recordárselo. Y además lo necesitamos medio urgente.
- Bueno Senador, usted entiende que...
- Carré, no lo estoy retando. Lo necesito en este momento con todas sus luces puestas en este lugar y en este momento. Iré al grano. ¿Se acuerda de la avioneta que vimos en enero en Punta del Este? ¿Y de las chicas con la camiseta que decía “Menem 1995”?
- Sí, claro. Usted me dijo que era alguna travesura de alguien que quiere congraciarse con su hermano...
- Sigo pensando lo mismo, pero hemos resulto comenzar a explorar más en serio esa posibilidad. Usted sabe que no podemos dejar el modelo en manos de cualquiera, con lo que nos ha costado llegar a esta estabilidad y prosperidad.
- Si, pero la Constitución...
- Ahí vamos, Carré, ahí vamos. En la comisión de juristas hemos resuelto darle un marco constitucional a este tema, hacerlo irreversible. Habrá leído nuestro documento del 15 de abril.
- …
- Bueno, el punto es que estamos tratando de avanzar en la reforma de la Constitución. Necesitamos la reelección pero también consolidar lo que hemos logrado hasta ahora con la reforma del estado. Nadie lo puede garantizar mejor que nosotros, con Carlos a la cabeza. Estados Unidos nos apoya y el sistema financiero internacional también. Solamente algunos sectores de nuestro partido están trabando algunas cosas.
- ¿Y la oposición?
- Tenemos que encontrar la forma de presionarlos, hacerles entender que esto es un proceso inevitable y que si se quedan en la vereda del frente la historia los pasará por arriba. El problema es que si hoy elegimos convencionales no llegamos a los dos tercios para imponer nuestro proyecto. Y por otra parte, necesitamos también dos tercios de Diputados para votar la ley de necesidad de la reforma.
- ¿De los presentes o del total?
- Mire, ésa ha sido una discusión histórica que no ha sido saldada. Nuestra Constitución del ´49 salió con dos tercios de los presentes, pero después fue imposible sostenerla. Podemos amagar con eso, pero no será viable en el largo plazo. Cualquiera que venga después de nosotros la atacará y volveremos a fojas cero como en el ´55. No, no. No podemos entrar en eso. El problema es que el radicalismo no va a permitir una reforma en este momento.
- Pero, ¿a quién le importa el radicalismo? Los votos los tenemos nosotros. Aparte, ¿no es lo que está diciendo el ministro Beliz, eso de los dos tercios de los presentes?
- Sí, pero como le dije, no podemos tener una constitución votada solamente por nosotros. Lamentablemente necesitamos una cosa más amplia.
- Está bien. Entiendo eso. Pero esa debilidad del radicalismo hay que explotarla de alguna manera, no podemos regalarles el poder de poner palos en la rueda. Si los apretamos frente a las urnas la gente nos va a responder. ¿Y si convocamos a un plebiscito? Si pierden por paliza no quedarán bien parados para oponerse a nada.
- Estamos en lo mismo.
- No, pienso en un plebiscito solamente para apretarlos un poco, para sentarlos en la mesa a negociar. Y después les podemos tirar con cosas que a ellos les sirvan pero que no nos cuesten nada. Sentarlos de prepo asustándolos con las urnas, y después tirarles alguna cosa para mantenerlos en la mesa. Que salga la ley de declaración de la necesidad de reforma con consenso de ellos y después vemos. ¿No estaba Cafiero con esos temas?
- Sí, pero cuando éramos oposición. Sigue trabajando en eso el doctor Cafiero, es muy amigo de Alfonsín y mantienen mucho diálogo.
- Bueno, nosotros amenazamos con el plebiscito y Cafiero lo convence a Alfonsín por las buenas. ¿Le parece que puede funcionar?
- Espero que sí. Pero exploremos alguna otra posibilidad.
- ¿Y si proponemos reglamentar el artículo que habla de la ley de necesidad de la reforma? De tal modo que la discusión quede zanjada en el Congreso de una vez y para siempre.
- Pero ahí pagaríamos el costo político de imponer ese criterio.
- No necesariamente tenemos que ser nosotros. Podemos pedirle a nuestros socios que lo hagan, que la UCD tire la piedra y vemos que pasa. Si sale bien, ganamos nosotros. Si sale mal, el costo lo pagan ellos.
- ¿Le parece que el doctor Alsogaray aceptará eso?
- Si usted me permite, yo me encargo de convencerlos. Si esto sale bien van a querer quedar en el bronce. Sólo les interesa el bronce. Y el oro, claro.
- Bueno, fíjese que puede hacer.
El año terminaba, y yo me vi multiplicado entre el más ambicioso de los proyectos para el que trabajé, que era la reforma constitucional, mi primer negocio personal con la distribuidora de bebidas y anexos, y mi hijo que comenzaba a caminar. Claudia era una buena compañera, teníamos una convivencia en paz y se había acostumbrado a mis ausencias. No sé si sospechaba de Roxi, pero en tal caso no insinuaba nada, y de a poco habíamos ido recuperando los mejores momentos de nuestra intimidad. Su familia era agradable y no hacía preguntas, o se conformaba con mis pocas respuestas.
A la vez, yo había comenzado a ver a mi madre después de mucho tiempo, y estaba encantada por tener un nieto. Tanto, que aceptó y aprendió que mi nombre ahora era Julio Carré, y que bajo ninguna circunstancia podía referirle a Claudia ni a nadie ninguna información sobre mi vida pasada, si es que quería seguir viendo a Roby. Un efecto secundario del nombre de mi hijo es que si mamá llegaba a olvidarse y llamarme Roberto, era fácil sostener que confundía mi nombre con el de mi hijo, como suele suceder después de los setenta años.
Después de las fiestas nos fuimos a Punta del Este, pero ahora con la intención de comprar una casa. Claudia no entendía cómo una distribuidora de bebidas podía ser tan próspera, pero también su negocio de ropa para chicos florecía, así que no hizo preguntas incómodas. Yo había comprado un Renault 21 pero le dije que era del Servicio y que me lo habían asignado temporariamente; y le cedí la break para que la usara para trabajar y llevar el bebé a la guardería. No me interesaban mucho los autos, pero habían comenzado a entrar los importados y había algunos realmente tentadores. Sabía que 1993 sería el año de mi primer Mercedes.
- Senador, tengo lo que acordamos a fin de año. Acá está el texto del proyecto de ley para reglamentar el artículo 30.
- Rapidito que tengo sesión, ¿quiénes lo firman?
- Durañona, Jorge Aguado, Juanjo Manny y la figura estelar: Alsogaray... Fíjese el artículo 5 nomás.
- ¡Ahh! Está perfecto, Carré. Que lo presenten de inmediato. O no, mejor déjeme que lo consulto con Carlos, antes de que lo presenten.
Cuando presentamos este proyecto el cerrojo sobre el radicalismo estaba montado, pero yo no estaba del todo tranquilo. A pesar de su caída aparatosa y su pobreza electoral conservaban un aparato considerable, que había permitido canalizar hacia el interior del país las denuncias cotidianas por cuestiones de corrupción. Eso, junto con algunas gobernaciones que mantenían, lo hacían una fuerza capaz de complicarnos algunas cosas.
- Senador, tengo una inquietud que compartir con usted.
Eduardo Menem escuchó en silencio mi análisis, mis proyecciones, mis dudas.
- ¿Y qué se le ocurre para cambiar eso?
- Tenemos que fogonear otro espacio político que le dispute esas banderas al radicalismo. Que lo debiliten. Eventualmente con esta nueva fuerza podremos acordar algunas cosas siempre que tengamos amigos en lugares claves.
- ¿Y en quién está pensando?
- Lo veo trabajar mucho a “Chacho” Álvarez, creo que...
- Olvídese, ese muchacho nos está trayendo muchos dolores de cabeza, no quiero ni oír hablar de él.
- Está creciendo mucho a partir de criticarnos, pero más temprano que tarde va a querer dar un salto y va a necesitar estructura. Querrá seducir gente del partido que está disconforme. Pasar con la ambulancia a recoger los heridos.
- ¿Y eso a nosotros en qué nos favorece?
- En que si está bien rodeado estoy seguro de que terminará jugando para nosotros. Tal vez no abiertamente, pero sí en algunas cuestiones puntuales, y acaso sin saberlo. Especialmente sin saberlo. A mediano plazo erosionará al radicalismo, que hoy es nuestra principal oposición. Después si algún día llegan a algo, ya tendremos gente nuestra adentro.
- Hasta que se les ocurra juntarse para ganarnos...
- No creo que eso pase. Pero si llega a pasar, es todo ganancias: si les va mal, como es previsible, se autodestruirán y arrastrarán a los radicales. Si les va bien, para cuando lleguen estarán tan comprometidos con nuestra gente que no querrán sacar los pies del plato así nomás. O no podrán. Lo que no podemos permitir es que este tipo, “Chacho”, crezca como una planta silvestre. Hasta ahora cree que no le debe nada a nadie y que es totalmente autónomo. Y con ese versito está creciendo mucho.
- Y dígame, ¿cuál es su idea?
- Que algunos hombres nuestros, del partido, comiencen a irse con él. Sobre todo los que entiendan un juego a largo plazo.
- Oiga, estamos buscando la reelección y usted ya está con la cabeza en otro lado...
- Estoy pensando en 1999, senador. Porque sé que en el ´95 seguiremos nosotros. Yo quiero que para ese momento podamos contener a los que no podamos contener ahora.
- Bueno, mire, haga lo que le parezca pero no le diga nada a nadie. Especialmente a Carlos, que ha sido ofendido por este tipo desde que llegamos de La Rioja. ¿Se acuerda cuando hablaba del “patilludo con saquitos entallados”? Ésa, Carlos no se la perdona.
Era claro que la cuestión de la reforma necesitaba un avance que en este momento ni yo ni nade podía garantizar. Decidimos que la campaña electoral de ese año haría hincapié en la reelección, lo que fue un acierto: ganamos con el 42% de los votos. Y aunque no lograron entrar, en las listas del partido de Álvarez había gente nuestra que quedaba posicionada para las próximas elecciones.
Finalmente, el 21 de octubre hicimos aprobar el proyecto que establecía que la ley de necesidad de la reforma requería dos tercios de los miembros presentes del Congreso. Esto nos daba un poco de aire porque se trataba de nuestra agenda, pero no nos garantizaba que finalmente podríamos convocar a la convención. Cuando los hermanos Menem entendieron esto decidieron aceptar mi propuesta del plebiscito, y la convocamos de inmediato para un mes después, el 21 de Noviembre. Esto aceleró los tiempos del radicalismo, que estaba urgido, ahora sí, a sentarse a negociar.
Además, varios gobernadores radicales querían reformar sus constituciones para poder ser reelectos, lo que los ponía en una situación difícil. Massaccesi en Río Negro había incluso lanzado una consulta popular, y Maestro en Chubut parecía ir por el mismo camino. Castillo en Catamarca sostenía públicamente que no se opondría a la reelección, en parte porque lo habíamos persuadido de que contaría con nuestro apoyo solapado presentándole competidores tan impresentables que hasta él podría ganarles. Angeloz en Córdoba había sido reelecto dos veces, y comenzaba a tener serios problemas con el ministro Cavallo, con lo cual su tercer mandato se volvía insostenible: cuando hablaba sobre los peligros de la reelección parecía hablar de su propia experiencia.
- Tiraron la toalla, senador: Alfonsín nos pidió una reunión urgente.
- ¿Para cuándo? Estamos ya muy avanzados.
- El 4 de noviembre, en la casa de Caputo, que estará de viaje. Quieren que no haya testigos, así que descuento que vienen a acordar la reforma. Lo que habían hablado con Cafiero era respetar sus acuerdos de 1988 pero agregando la posibilidad de reelección.
- ¡Perfecto! Si aceptan eso podemos darles lo que quieran.
- Una cosa, senador: quieren que vaya su hermano. En persona.
- ¡Faltaba más! ¡Allí estaremos!
Estaba exultante, finalmente parecía que el objetivo de una reforma acordada, civilizada, estaba al alcance de la mano. A la reunión fueron Bauzá, Duhalde, Corach, y lamentablemente para mí, Barrionuevo. El mismo tipo con el que venía chocando desde hacía más de diez años. Creí que había podido neutralizarlo cuando lo llevé a repetir en público una frase que solía decir en privado: “en este país tenemos que dejar de robar por dos años y pasamos al frente...” Cuando esputó este sincericidio frente a los periodistas creí que su carrera política estaría acabada, porque significaba aceptar las denuncias constantes sobre la corrupción en el gobierno.
Pero no pasó nada, al contrario, se tomaron estas declaraciones como una muestra de sinceridad o el arrebato de un impresentable, pero nada demasiado grave. Era como el exabrupto de un tío borracho en una cena de año nuevo: en Argentina también estábamos de fiesta, y este tipo de cosas importaban muy poco. Tan poco que este tipo, Barrionuevo, estaría allí, en la mesa chica en la que se acordaría nada menos que una reforma constitucional.
El 13 de diciembre se firmó el acuerdo, que sería conocido como “Pacto de Olivos”, y el 29 se aprobó la ley declarando la necesidad de la reforma. Poca gente supo de las maniobras que fueron necesarias para arrancarle a Alfonsín ese acuerdo. Tuvimos que dividirle su propio partido, con dos o tres gobernadores que amenazaban apoyar la reelección por afuera de la disciplina partidaria, asesorados por hombres a los que yo personalmente les entregaba un sobre cada mes. Se me entregó un reconocimiento especial por mis gestiones, que serviría para comprar el Mercedes que yo quería.
Sin embargo tuve que esperar, no quería evidenciar ante Claudia mi nivel de ingresos porque me sería difícil explicarlo. Ya había mandado el 21 a revisar para viajar a Pinamar después de año nuevo, y usar mi vieja break por un par de días se me hizo insoportable. ¿En qué momento me había acostumbrado a ciertos lujos? Preferí no enredarme demasiado. Ese verano Roxi no fue a la costa argentina, pero no pude dejar de pensar en ella en todas las vacaciones. Tal vez por eso es que hacia febrero Claudia volvió a quedar embarazada.
Nuestro regreso fue tan escabroso como lo era siempre, sobre todo porque era claro que desde febrero lanzaríamos la campaña para elegir convencionales constituyentes. Roby estaba creciendo y yo percibía que me estaba perdiendo de mucho: había aprendido a caminar sin que yo lo viera, y me dijo “papá” por primera vez después de varias semanas de haber comenzado a hablar. Ya iba a la guardería y en poco tiempo tendríamos que comenzar a pensar en el jardín de infantes, y la escuela. Me prometí comenzar a limitar mi trabajo en la política para dedicarme a mi familia y a mis negocios privados.
Tal como era previsible, el 10 de abril ganamos las elecciones con relativa comodidad. No obtuvimos una avalancha de votos, pero nos ayudó haber fragmentado a la oposición financiando soterradamente a Álvarez. La sorpresa para la mayoría de los argentinos fue que el partido de nuestro viejo amigo, Aldo Rico, había obtenido casi un 10% de los votos.
Su partido había recibido un sostén constante y rotundo por parte nuestra, porque sabíamos que necesitábamos el apoyo de la derecha dura y de la clase media conservadora que estaba indignada con el Pacto de Olivos. Más allá del fuego de artificio de Rico y sus convencionales “carapintadas”, nos aseguramos de que apoyaran en lo sustancial casi todas nuestras posiciones.
La UCD había obtenido menos del 2%, lo que confirmaba que sus votos de elecciones anteriores se habían ido a otro lado. La gran ganadora fue Fuerza Republicana, el partido de los Bussi, el militar que había aniquilado la subversión en Tucumán: habían obtenido unos pocos votos más que la UCD pero las delicias del sistema electoral le garantizaron siete convencionales contra los tres de Alsogaray.
Sumando toda la derecha, que votaba con nosotros, teníamos casi ciento ochenta convencionales, contra los ciento cinco del radicalismo y el Frente Grande de Álvarez. Estuvimos muy cerca de tener los dos tercios de la convención, pero hubo una alianza de hecho entre los radicales y el Frente Grande que nos obligó a conceder algunas cosas menores. Lo sustancial era la reelección, el resto sería papel pintado, sobre todo la interminable lista de derechos que pretendía incluir Alfonsín, y esa serie de mecanismos de control que aceptamos incluir en la Constitución porque nadie de nosotros pensaba cumplir.
Yo alternaba mi tiempo entre Buenos Aires y Santa Fe, una de las ciudades más tristes y opacas de la Argentina, y que había sido elegida como sede para la convención por haber sido la cuna de la Constitución de 1853. En medio de las negociaciones tuve una corta luna de miel con Roxi, que había venido a controlar el establecimiento de sus expendedoras de bebidas en Santa Fe y en Paraná. El único hotel decente de Paraná era el Mayoral, donde nos hospedábamos varios operadores, pero no podía quedarme allí con Roxi porque ya había demasiados ojos sobre mí. Nos escapamos a Rosario, una ciudad a la que no había vuelto desde la época en que debía seguir a esta mujer que se acostaba con Galtieri.
Galtieri estaba arrumbado en un depósito de alcohólicos, la mujer con cara de mandril seguía teniendo éxito en una televisión que consumía cualquier basura, y Rosario en invierno estaba realmente bella. Volvimos a ser un par de enamorados por dos días. Roxi me comentó de las infidelidades de su marido, y de cómo no podía divorciarse por el fanatismo católico de su familia política, que toleraba el crimen y las amantes pero jamás el divorcio: sabía que si lo planteaba siquiera, terminaría muerta por algún accidente. El tipo era estéril, y eso al menos la había aliviado de la carga de tener un hijo con él.
En algún momento sentí remordimiento por Claudia, pero mi relación con Roxi era más fuerte que cualquier otra cosa. La llamé desde Rosario, para avisarle que se me había roto el Movicom, ese aparato enorme y espantoso que teníamos la obligación de usar. Para evitar suspicacias, porque se comentaba que los podían rastrear vía satélite, lo dejé apagado y sin batería en un doble fondo de mi habitación del Mayoral.
Salí de la ducha y me encontré a Roxi, llorando frente al televisor.
- ¿Qué pasa, Roxi? ¿Es el atentado a la embajada?
- No Roger. Esto pasó hace un rato.
- No puede ser, mirá esos tipos con el cosito en la cabeza, son judíos. Es el atentado a la Embajada de Israel. Ése es un rabino, ¿ves?
Pero cuando le señalaba las imágenes reparé en que el edificio destruido no era el que yo había visto dos años antes, en persona y por televisión. El sobreimpreso en la pantalla hablaba de una mutual judía.
- No puede ser. No puede ser, otra vez. No puede pasar de nuevo.
Salté sobre el teléfono.
- ¡Senador, qué pasó!
- ¡Apareció, por fin! ¿Se puede saber dónde está, que lo hemos buscado por todos lados? ¿Qué pasó con su Movicom?
- Se me rompió, no sé, no funciona.
- Venga a Buenos Aires de inmediato. Yo estoy por subir al avión de Presidencia.
Colgó.
- Volvemos a Buenos Aires, Roxi. No te puedo llevar a Paraná de nuevo. No sé qué es lo que pasó pero tengo que estar urgente en el Congreso. Vestite que salimos...
- No Roger, andá vos. Yo tengo que terminar mis cosas en Paraná y Santa Fe, mi vuelo está controlado por gente de mi marido y no puedo no subirme a ese avión. Cuando puedas nos hablamos.
La despedí con una angustia enorme, me corroía el alma no poder abrazarla cuando los dos lo necesitábamos tanto. Llené el tanque de combustible al salir de Rosario, y tres horas después estaba entrando al estacionamiento del Congreso.
El Senador Menem estaba demacrado. Anzorreguy estaba en su despacho también, y pálido. Apenas me miraron cuando entré.
- Esto ha sido peor que lo de la Embajada. Sabíamos que iba a venir y no pudimos impedirlo. No hemos sido capaces de evitar esta humillación.
- Senador, no tiene que verlo así, usted sabe que nuestras medidas de seguridad...
- ¿De qué medidas de seguridad me estás hablando, Hugo? Hace apenas dos años volaron la Embajada, todo lo que hemos podido hacer fue embarrar la cancha con las mentiras de este tipo y un par de jueces irresponsables. Ahora, ¿qué le vamos a decir a los americanos? Ustedes, Hugo, ustedes tenían la responsabilidad de resolver lo de la Embajada. ¡Dos años han tenido! ¡Y acá están los resultados! ¡Otra vez una masacre en pleno Buenos Aires! ¡Dios mío, Dios mío!
El tono del senador me había ofendido, pero decidí pasarlo por alto porque la situación era espantosamente seria. Quise salir a tomar aire, pero me quedé.

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