- Nos encontremos en mi oficina, en la calle Callao.
- ¿Seguro, “Marciano”? ¿No habrá mucha gente?
- No, voy a mandar a todos los de mi oficina al tema ése del
FreNaPo. ¿Vos venís solo?
- Siempre me muevo solo. No sé qué es eso del FreNaPo.
- Una cosa que armaron contra la pobreza. Juntan firmas para cambiar
la política económica...
- Ustedes no aprenden más.
Llegué a las oficinas de Moreau en pocos minutos, porque yo estaba
en el Congreso. Allí estaban el presidente de los industriales, el
gobernador Ruckauf y Sergio Berni, a quien recordaba como uno de los
últimos “carapintadas”, el que se levantó en un regimiento
perdido en Santa Cruz. Era casi una remake del grupo Olleros: los
mismos nombres buscando derrocar a un presidente radical. Sólo que
ahora también había radicales en la mesa. Comenzó la reunión
cuando llegó el jefe de Clarín.
- Bueno -comenzó Moreau-, ahora que estamos todos les refresco la
situación. Creo que la convertibilidad está enterrando al gobierno,
que está emperrado en no moverse de ahí. La situación social
explota y habrá que contenerla. Compartimos esta visión con el
Doctor Duhalde, que no pudo venir.
- Leopoldo, vamos al grano: ¿qué piensan hacer con las deudas
privadas? Nosotros estamos hasta las manos con los créditos en
dólares. Me parece bien tocar la convertibilidad si vamos a exportar
con mejores precios, pero a la vez nos funde si nos multiplican las
deudas.
- Estamos pensando en un esquema en que el Estado garantice la
diferencia. Ustedes pagarían la suma en pesos uno a uno, y el Estado
compensa a los bancos.
- ¿Pero quién va a firmar eso? El Estado no tiene plata, está
fundido...
- Mirá, “Vasco”, eso no es problema. Vamos a emitir lo que haga
falta, aunque no tengamos respaldo. Hoy con la ley de convertibilidad
no podemos emitir, por eso hay que derogarla. Emitiendo pesos vamos a
contener la situación social y generar consumo, y vamos a pagarles
con bonos a los bancos.
De Mendiguren, el jefe de los industriales, parecía convencerse.
Magnetto preguntó más sobre las deudas en dólares, que parecían
obsesionarlo.
- Podemos armar una ley que licúe las deudas, ya veremos cómo. Si
lo vendemos como protección de los medios de expresión, o medios
culturales, o algo así, no tendremos problemas. El tema es que
Cavallo quiere aprobar el presupuesto ya, y me está costando mucho
dar vuelta a los legisladores radicales. Vos Carlos me podrías
ayudar con los peronistas...
- Me pidió Cavallo que lo acompañe con el presupuesto, ¿cuál es
el problema con eso?
- Que es la segunda parte del canje de deuda. Si se aprueba el
presupuesto, el Fondo Monetario les dará 45.000 millones de dólares,
y con esa plata De la Rua es Gardel...
- Che, pero es mucha plata, ¿no podremos conseguir algo de eso para
la industria?
- No, esa plata ya está empeñada con los bancos. Es para calmar a
los bancos. No irá un sólo centavo a la industria o a las
provincias...
La última frase de Moreau impactó fuertemente en De Mendiguren y en
Ruckauf, que se miraron entre ellos. Completó la frase:
- ...y así como está la cosa, vendrán los bancos a comprar todo.
Las fábricas, los diarios, todo. Y el próximo presidente es
Cavallo. Muchachos, si De la Rua consigue el presupuesto nos quedamos
afuera de todo.
Silencio. Hasta que habló Berni.
- ¿Hay algún operativo programado? ¿O hacemos como en el ochenta y
nueve?
- Acá el amigo Carré puede ayudar.
Me puse de pie y caminé lentamente alrededor de la mesa. Después de
unos segundos me paré detrás de Moreau, rocé el respaldo de su
silla y comencé a hablar reanudando la marcha.
- Por lo que veo necesitamos operar en tres ámbitos: el político,
el económico y en la calle. No hay que permitir que De la Rua tenga
un plan de contingencia. Por ahora sirve que los radicales en el
Congreso no lo acompañen, porque así divididos como están, los
vamos esmerilando a todos juntos. Pero el peronismo tiene que
prometerle apoyo hasta el último momento, así podemos jugar con el
factor sorpresa cuando lo dejemos solo. No le prometan hacer todo lo
que les pide porque va a oler la trampa: estúpido no es, y menos el
“Coti”. Por el lado económico, depende de cuántos actores
sumemos. ¿La Sociedad Rural qué va a hacer?
- Acompaña -dijo Moreau-, también necesitan licuar deudas y empezar
a exportar.
- Bien, pero deberían haber venido. Les pido total discreción con
los operadores financieros, porque ellos tratarán de acompañar al
gobierno hasta el final. Está claro que si el gobierno sobrevive
ellos se quedarán con la torta, ¿no? Cuando se complique la cosa
ustedes les van a ofrecer algún tipo de protección para que no se
queden sin depósitos, salvo que lo haga Cavallo antes. Sé que Mingo
mandó a traer un especialista en gestión de quiebras del Banco
Mundial, hace cuatro meses ya, así que seguramente están previendo
el escenario más grave y actuando en consecuencia. Vamos a la calle.
Necesitamos que el PJ desde las bases promueva el quilombo, que
coordine las protestas. ¿Se podrán armar saqueos de nuevo?
- Claro, si la gente está cagada de hambre. Si alguno en una villa
propone ir a reventar un supermercado se van a sumar todos los demás.
Yo me puedo encargar de armar la parte logística.
- Gracias Sergio.
Los saqueos serán importantes para confundir al gobierno. No lo van
a poder resistir. Carlos, vos garantizale a Berni que se pueda mover
por la provincia sin problemas. Con que se levanten tres o cuatro
puntos del conurbano, y La Plata, el resto va a surgir
espontáneamente. Pero también vamos a necesitar que se levante
Santa Fe o Rosario, y Córdoba. Don Héctor, vamos a necesitar que
cuando comience el operativo ustedes estén ahí con las cámaras
prendidas.
- Pero Julio, no podemos aparecer de la nada en un supermercado de
barrio, nadie se va a creer que llegamos de casualidad. Un saqueo
dura unos pocos minutos...
- Entonces los haremos cerca de autopistas o avenidas, que sea
creíble que puedan llegar rápido. Diremos que se filtró
información de los piqueteros, o algo así. De paso les echamos la
culpa a ellos.
- De avisarle a otros medios me encargo yo. Hablo con “Chupete” y
le pido que sus medios nos cubran.
- ¿”Chupete”?
- Manzano, no De la Rúa...
La coincidencia de apodos fue festejada con carcajadas unánimes,
como una señal del destino. Me tocó hablar con la gente de Córdoba
y Santa Fe, porque presentí que Ruckauf trataría de imponerse sobre
De la Sota y Reutemann.
El cordobés asintió entusiasta: no podía disimular la ansiedad por
proyectarse a nivel nacional. Reutemann fue parco y cauteloso como en
sus años en la Fórmula Uno. Cuando le comenté que Rosario podía
ser el escenario de un conflicto creí ver un destello de
asentimiento en sus ojos: mientras la bomba les estallara a los
socialistas, él miraría para otro lado. Le prometí que la capital
de la provincia no tendría muertos. Sospeché que no querría ser
parte de esta operación, pero que no impediría a sus subalternos
que se integren a nuestro trabajo.
El plan estaba en marcha, y sólo nos quedaba definir el sucesor.
Duhalde no podía ser porque había sido derrotado en las elecciones
por De la Rua, no podíamos ponernos tan en evidencia. De la Sota se
puso insistente porque tenía su propia agenda con los industriales
brasileños que no podríamos controlar. Necesitábamos un gobernador
carismático, que pudiera exhibir una buena gestión en su provincia,
y que pudiéramos manejar con facilidad. Pensé en San Luis, pero
Duhalde desconfiaba. Berni propuso a Kirchner, pero nadie conoce
Santa Cruz. “Allá manejamos todo”, aseguró; pero a pesar de que
trabajábamos juntos desde la dictadura, no parecía un actor
confiable.
Después tuve problemas para sacarme de encima a Moreau, que quería
usarme para resolver sus rencillas con Nosiglia. Me prometió mil
negocios, me prometió la SIDE, llegó a la ridiculez de ofrecerme un
ministerio.
- No me rompas las pelotas, “Marciano”, si querés ganarle al
“Coti” probá con salir a juntar votos. Y asegurate de que el
bloque de diputados y los senadores se mantengan afuera del baile. Si
alguno de ellos le da quórum al presidente para el presupuesto,
vamos a estar todos en el horno. Otra cosa: ¿el Alfonso está al
tanto?
- De algunas cosas, no sabe todo.
- Mejor, ni se te ocurra contarle. A ver si en un ataque de civismo
se le da por tratar de salvar a De la Rua.
- Jamás va a intentar salvar a De la Rua.
- Esperemos. Y mientras tanto, seguí con eso del gobierno de
salvación, así se comienza a instalar la idea.
El 8 de diciembre los católicos celebran el día de la Virgen. Ese
día Cavallo volvió de Washington con la orden de aprobar el
presupuesto lo antes posible. Habló con los gobernadores peronistas,
que le prometieron su apoyo, y con los dirigentes radicales, que se
lo negaron. Duhalde le prometió que la comisión de Hacienda de la
Cámara de Diputados convocaría a sesión el 19 para tratar el
presupuesto al día siguiente. A cambio logró asistencia financiera
para Ruckauf, para que la provincia de Buenos Aires no estallara
antes de tiempo. Esto aceleró nuestros tiempos porque queríamos
comenzar las operaciones para Navidad, de modo de comenzar el año
con otro gobierno. Ya había algunos saqueos esporádicos, pero no
eran los nuestros: la situación todavía estaba bajo control del
gobierno.
El 18 de diciembre Cavallo comenzó a percibir algo raro, e invitó a
almorzar a funcionarios nacionales y legisladores peronistas, junto
al funcionario del Fondo que venía a monitorear el programa de
financiamiento. Moreau cumplió su parte: se encargó de que el
diputado radical Horacio Pernasetti nunca llegara a ese almuerzo. Le
inventó un viaje urgente y lo sacó de Buenos Aires.
El ministro comenzó a desesperarse, y al día siguiente pidió
almorzar con los radicales, pero sólo fueron los jefes de diputados
y senadores, Jesús Rodríguez y Raúl Baglini. Rodríguez le dijo
que el gobierno no podía continuar, porque no tenía el apoyo de
ningún partido con poder parlamentario, ni del pueblo, ni de las
fuerzas armadas. “Están en bolas, Mingo, se van a tener que ir.”
Contra todos los pronósticos el gobierno logró abrir la comisión
de Hacienda en Diputados con los legisladores peronistas y del
partido de Cavallo. Pero los radicales habían vaciado la comisión y
festejaban en La Biela, con los industriales, el fin de la
Convertibilidad. No habría presupuesto del gobierno.
El ministro de Economía irrumpió furioso en el despacho del
presidente, que lo invitó a participar en una reunión con
Pernasetti, que había vuelto de su viaje sorpresivo. Estaban en el
despacho Alfonsín y el Senador Carlos Maestro. Los visitantes le
plantearon que el gabinete entero debía renunciar. Alcancé a ver la
cara descompuesta de Cavallo a través de una de las cámaras de
seguridad, que había hackeado.
En ese momento intercepté una comunicación del Secretario de
Seguridad. Enrique Mathov intentaba ordenarle a la policía federal
que mantuviera el orden, que no permitiera que los manifestantes
llegaran hasta la Casa Rosada y que evitaran saqueos en la Plaza de
Mayo. Silencié por un momento su voz, que se parecía a la mía, y
después grité “son extremistas y están armados, ¿me oye? Son
los del movimiento todos por la patria; repito: son extremistas y
están armados. Actúe en consecuencia, ¿me oye?” Luego restablecí
la comunicación, en el momento en que Mathov le decía a Santos, el
jefe de la policía, que seguiría en contacto y que obrara con
prudencia.
El Comisario Santos tenía un hermano policía que había muerto en
el intento de copamiento del cuartel de La Tablada, diez años atrás.
Fue acribillado por militantes del Movimiento Todos por la Patria
cuando se bajaba de su patrullero, sin siquiera alcanzar a
desenfundar su arma. Yo sabía que la mención del MTP bastaría para
desequilibrar a Santos. Mientras tanto, el Secretario de Seguridad de
la Provincia de Buenos Aires había equipado dos grupos de la policía
bonaerense con uniformes y armas de la Federal, que era la única
fuerza que podía intervenir en el conflicto. Ese día se limitaron
mayormente a apalear a los manifestantes, y la situación comenzó a
estallar en todo el país. Comenzaron nuestros saqueos con una
precisión suiza: Berni y Ruckauf habían hecho un buen trabajo.
Cuando cayó la noche De la Rua ordenó el estado de sitio y habló
por la cadena nacional de radio y televisión, impostando una
seguridad y autoridad que no tenía. Y nunca tuvo. La reacción fue
un cacerolazo espontáneo, que nunca logramos saber de dónde surgió.
Esas cosas nunca se generan solas, pero lo cierto es que antes de
terminar el discurso del presidente ya había gente golpeando las
cacerolas. Los medios que cubrían el discurso saltaron sin solución
de continuidad a los “caceroleros”, y en unos minutos el país
entero se plegó a la protesta.
Cuando llegué a casa, muy tarde esa noche, encontré una olla vieja
completamente abollada, y un cucharón vencido por el esfuerzo. Si la
protesta llegó hasta el Le Parc, hasta mi propia casa, significaba
que todo había salido como estaba planeado. Sólo que De la Rua no
renunciaba.
A la mañana siguiente los gobernadores peronistas se atrincheraron
en La Rioja, para analizar sus pasos. De la Rua envió a un
suplicante Chrystian Colombo para persuadirlos de que volvieran a
Buenos Aires y compartieran la hecatombe con él. Prometió un
cogobierno, y llegó a ofrecer ministerios como si fueran caramelos.
La situación me recordó a cuando llegó Terragno a avisarnos que
Alfonsín renunciaría a la presidencia antes de lo que esperábamos,
sólo que ahora podíamos devolver esa afrenta con nuestra propia
negativa. Estábamos en el mismo salón que diez años atrás, varios
gobernadores lo sabían y lo recordaban, pero no Colombo, que fue
agotando sus recursos, promesas y presiones.
Reutemann estuvo a punto de flaquear. Hice una llamada telefónica y
segundos más tarde el avión de la gobernación de Santa Fe
estallaba en llamas. El santafesino intentaba negociar un ministerio
con Colombo cuando lo llamó su custodia para avisarle del atentado.
Lívido, se levantó de la mesa y miró a los contertulios, tratando
de adivinar quién habría sido el responsable de la voladura de su
avión.
- Me va a tener que llevar a Santa Fe alguno de ustedes. Me acaban de
incendiar el avión...
No hizo falta explicitar el significado de ese ataque ni de
identificar a su autor. Los gobernadores comenzaron a mirarse entre
ellos recelosos y asustados. Colombo comprendió que ninguno de ellos
osaría salir siquiera de ese salón. Cuando llegó al aeropuerto
riojano para volver a Buenos Aires con las manos vacías los bomberos
terminaban de apagar lo que quedaba del avión de Reutemann. No era
lo único que ardía.
Desde el día anterior los saqueos ocupaban todos los medios y ya
había un par de muertes en las provincias: algún policía
desmadrado, algún comerciante intentando evitar el saqueo. Desde la
mañana la represión había aumentado en violencia y extensión, y
en todas las provincias las masas hambreadas seguían a los punteros
peronistas hacia algún supermercado ante la impavidez de las
policías. Los medios comenzaron a mostrar el inicio mismo de los
saqueos: no comenzaban hasta que llegara la prensa.
Berni era torpe pero el efecto fue dramático y eficaz. La imagen de
un lumpen del conurbano llevándose un arbolito de Navidad recorrería
el mundo, al igual que la de un coreano o chino que lloraba
desesperado frente a los restos de su negocio. Lloraba, y balbuceaba
en coreano, o en chino. No hacía falta entender sus palabras.
Esa misma tarde renunció Cavallo, quien tuvo que salir disfrazado de
su casa en Belgrano porque cientos de manifestantes golpeaban sus
cacerolas en su vereda. La renuncia no calmó a nadie, y en cambio
alimentó la idea de que el gobierno estaba cayendo. Caían también
las personas en la Plaza de Mayo, baleadas por los hombres que había
infiltrado Juanjo Álvarez con uniformes de la Federal. La violencia
salió de control y los policías a caballo comenzaron a cargar
contra los manifestantes que protestaban pacíficamente sentados en
el suelo, incluyendo a familias con niños y hasta a las Madres de
Plaza de Mayo. Cada vez más gente salía a las calles y los grupos
de izquierda se mostraban más violentos, respondiendo con piedras y
palos a las balas de goma y los gases de la policía.
Detectamos un grupo de activistas de organizaciones barriales que
venían complicando a los punteros peronistas con denuncias sobre el
ingreso de drogas baratas en el conurbano. Los hombres de Álvarez se
ensañaron con ellos: secuestraron tres o cuatro, los llevaron a unas
Traffic de la Federal y los torturaron hasta matarlos. Cuando la
cuenta de cadáveres en la plaza llegó a los 50, nos avisaron que De
la Rua estaba firmando su renuncia. En ese momento dimos la orden de
aliviar la represión.
El presidente apareció por cadena nacional otra vez, anunciando su
renuncia para pacificar el país, acusando al peronismo de no
colaborar con el gobierno para superar la crisis pero sin tener el
coraje para denunciar lo que era tan evidente que hasta un radical se
daría cuenta: estaba viviendo un golpe de estado. Poca gente vio ese
discurso por televisión, estaba todo el mundo en la calle. Cuando se
vio despegar al helicóptero de la Presidencia todo el mundo pareció
comprender que De la Rua se iba de la Casa Rosada para siempre. En
pocos minutos comenzó a reinar la paz. La violencia ahora ya no era
necesaria.
Pactamos con Alfonsín que nunca se conocería la cifra real de
muertos, a cambio de que apoyaran sin dobleces lo que propusiera
Duhalde. Moreau se enfureció tanto por la cantidad de muertos como
por el consejo de quedarse callados.
- ¿Vos me estás amenazando?
- No “Marciano”. Te estoy explicando por qué a tu jefe no le
conviene sacar los pies del plato. Ustedes querían sacar a De la
Rua, ¿no? Bueno, ahí tienen.
- ¡Pero eso no implicaba la matanza que hicieron!
- No me hagas escenitas que estamos grandes y vos no venís de una
guardería. ¿Cómo creías que iba a ser, como una pelea de comité?
¿Vos te olvidás que me pediste que te ayude a bajarlo a “Chupete”?
Vos me viniste a buscar, vos me llevaste a tu oficina y vos tenías
bien atado el paquete para tus socios. Yo organicé el trabajo sucio
nada más, pero el negocio político es tuyo. Hacete
cargo. Y no me rompas las pelotas porque voy a mostrar mis
filmaciones en cada comité radical de la Argentina, y después en
cada escuela. Y en cada juzgado.
- ¿Qué filmaciones? ¿De qué mierda estás hablando?
Cuando salí de esa oficina todavía había gente que corría por
Callao, entre las cubiertas quemadas y los cascotes. Moreau ya estaba
pálido y temblaba.
La ley establecía que ante la renuncia del presidente y el vice, el
presidente provisorio del Senado debía asumir la Presidencia. Apenas
asumió su banca el senador por Misiones, Ramón Puerta, lo
convertimos en el Presidente Provisional del Senado. Era el candidato
perfecto, porque sus intereses económicos en la provincia y sus
cuestionadas preferencias sexuales lo hacían manejable. Su amistad
íntima con Mauricio Macri permitía anudar un eslabón más en
nuestra cadena. Once días después de asumir como Senador quedaba a
cargo del Ejecutivo.
Ramón Puerta convocó de inmediato a la asamblea legislativa que
debía elegir a quien continuara el período iniciado por De la Rua,
pero en esas pocas horas de descontrol absoluto tuve acceso a los
archivos más íntimos de la SIDE y la inteligencia naval. Antes de
ir a la asamblea que elegiría a Rodríguez Saá encontré, casi de
casualidad, el legajo con mi nombre original. Listaba la razón de mi
detención, mi paso por la ESMA, por el Centro Piloto, y mi retorno a
Argentina previo paso por México.
Comprobé que en aquél invierno de 1977 no
había sido entregado por Adriana, que era agente de la Marina
infiltrada en Montoneros. Supe, con cierto asco, que Adriana en
realidad huía de los Montos, que habían descubierto su filiación y
querían matarla, y que habían sido ellos quienes me habían
entregado a la Marina para vengarse de ella. No encontré su legajo,
pero tampoco descansaría hasta obtenerlo. En la cocinita de mi
monoambiente de Belgrano quemé todos los archivos vinculados a mis
actividades, las de Corcho y los bienes de Roxi. Éramos, ahora, más
fantasmas que nunca- No llegué a tiempo a la Asamblea.
Rodríguez Saá asumió con toda la pompa y la fanfarria de un líder
providencial. Anunció en su discurso que suspendería el pago de la
deuda externa, ante la algarabía de los mismos legisladores que
solamente una semana antes habían ofrecido el país como un banquete
ante el Fondo Monetario. La escena era delirante: senadores y
diputados revoleaban sus sacos cantando la marcha peronista y
festejaban el fin de una política que los había alimentado en los
últimos doce años.
- Cabezón, el Adolfo nos cagó. Cerró con los españoles.
- ¿Qué decís, Carré?
- Se acaba de reunir con Felipe González, y le prometió que la
convertibilidad no se toca. Que al salvataje económico lo va a hacer
él a favor de los bancos.
- ¿Pero, de dónde sacaste eso? Quedamos en otra cosa con el
Adolfo...
- No importa en qué quedamos, ni de dónde sale mi información. Te
digo que se cerró un acuerdo y ahora los españoles le están
armando el plan económico. Eso que dijo en la asamblea, de mantener
el uno a uno y crear otra moneda era cierto, no era para la galería.
Si devalúa, las empresas españolas pierden rentabilidad en
Argentina, que es el único lugar del mundo desde donde mandan
remesas en dólares. Se les caen los bancos, Telefónica, Repsol, se
les cae todo. Quieren esas monedas o bonos para contener la situación
mientras se siguen llevando los dólares. Le prometieron mucha plata
para sortear la presión del Fondo.
- ¡Pero es un tarado!
- No. Es un hijo de puta. Nos usó de forros, esto ya lo tenía
cocinado. Lo tenemos que voltear urgente o se nos cae todo. Si este
tipo dura un mes, se convierte en el mesías de Argentina. O el nuevo
virrey de España. En cualquier caso, nos deja afuera de todo.
- Sos un pelotudo, Carré, te dije que el Adolfo me daba mala
espina...
- Sí. Es cierto. Yo traje al loco y yo me lo llevo. Necesito que
armemos urgente al grupo con los gobernadores.
- ¿Con qué motivo, si el tipo viene prometiendo el oro y el moro a
todo el mundo?
- Cayó muy mal lo de los bonos. Y piensa nombrar como ministros a
“Chupete” Manzano y a Carlos Grosso.
- ¡Pero son impresentables ésos dos!
- Está tan infatuado que cree que la gente le va a dejar pasar todo.
Yo le dibujé una encuesta que le da imagen altísima, quiero que
crea que le van a permitir hacer cualquier estupidez. Si hasta las
Madres de Plaza de Mayo fueron a abrazarlo como si fuera Camilo
Cienfuegos... Por otra parte tenemos que armarle cacerolazos ya. Yo
ya arreglé con Magnetto que apenas nombre a Manzano y a Grosso
largamos con las cacerolas. Ya está armando informes sobre estos dos
tipos y los desastres que hicieron. Yo mismo le di la información.
- Mirá Carré, espero que te estés equivocando. Y si no, que todo
lo que decís funcione.
- Yo espero lo mismo, Eduardo.
El nombramiento de estos dos tipos fue indigerible para los que
habían querido ver en Rodríguez Saá a un tipo distinto. Quedó
claro que más allá del discurso demagógico, representaba a lo peor
de la política. Magnetto cumplió su parte, y apenas asumió la
caterva de corruptos que integraba ese gabinete, comenzaron las
críticas de los periodistas y los formadores de opinión. A los
pocos minutos la televisión insistía sobre el pasado de cada uno de
ellos y sus cuentas pendientes con la Justicia. Previsiblemente, a
poco de terminar el discurso del presidente se empezaron a sonar las
cacerolas. Nuevamente.
El 26 de diciembre llegó el ministro de Relaciones Exteriores de
España directamente para presionar al nuevo presidente. Ante cierta
demora para implementar nuevos ajustes, dos días más tarde el
funcionario español apareció en todos los medios amenazando al
gobierno argentino para el caso de que osara cambiar las reglas del
juego. Rodríguez Saá reaccionó a las presiones, haciendo casi todo
lo que los españoles le pedían. En su carrera contra el tiempo el
nuevo presidente había prometido demasiadas cosas que no podía
cumplir, algunas de ellas directamente contradictorias entre sí.
El 28, cuando se conoció el nombramiento de Manzano y Grosso los
cacerolazos volvieron a resonar con más fuerza que nunca, y el
presidente comenzó a sospecharse rodeado. Desalojó la Plaza de Mayo
de los manifestantes que estaban allí, y esta vez el operativo fue
incruento porque no tuvimos tiempo de organizar ninguna operación.
De todos modos no fue necesario: al día siguiente renunciaron todos
sus ministros. Desesperado, el presidente convocó a los gobernadores
peronistas a una reunión de urgencia en la residencia presidencial
de verano, en la localidad de Chapadmalal. Apenas logró reunir un
par de gobernadores, y el cordobés fue directamente a increparlo
para que renuncie a la presidencia. Pero Rodríguez Saá no cedía, y
mi paciencia se agotaba.
La mañana del 30 de diciembre llegué a San Luis. Entré a la
residencia fortificada de los Rodríguez Saá con las tarjetas
magnéticas y las órdenes fraguadas que había elaborado durante el
vuelo. La habitación de su hijo estaba a oscuras, se escuchaba
solamente la respiración pesada del muchacho. Esperé hasta las
once, y le puse suavemente una mano en el hombro.
- Flaco, despertáte, me manda tu viejo a buscarte.
- ...
Entreabrí las persianas sólo lo suficiente como para que se
filtraran algunos rayos de luz.
- Vamos loco, tenemos que ir a Chapadmalal, tu papá te necesita ahí
con él.
- ¿Eh? ¿Qué le pasó a mi viejo?
- Nada, chango. Necesita que lo ayudes urgente. Vamos, arriba. Te
espero en el comedor.
El personal de servicio estaba anonadado. Al principio por mi soltura
para desenvolverme en esa casa desactivando la parafernalia de
seguridad, luego, al constatar que ningún teléfono de la casa
funcionaba, y finalmente al enterarse de que mi Beretta estaba
cargada y plenamente operativa. Diez minutos más tarde el chico bajó
al comedor, con el rostro aún abotagado por el sueño.
- Vamos en mi auto, ése que está ahí.
Minutos después nos desviamos del camino al aeropuerto, y entramos
en una fábrica que le pertenecía a la familia. El chico notó,
extrañado, que estaba vacía. Entramos a la sala de reuniones, donde
habíamos instalado una cámara de video escondida entre biblioratos
vacíos.
- Me parece que mejor le avisás que estamos yendo, ¿lo querés
llamar desde tu teléfono, o usamos el mío?
- No, dejá, uso el mío.
La cámara comenzó a registrar en el mismo momento en que el chico
marcó el número de teléfono de su padre, el Presidente de la
Nación. Del otro lado el hombre ingresaba al microcine del complejo
presidencial, en el momento en que se encendía la pantalla y su
teléfono comenzaba a vibrar.
- Hola, ¿viejo?
- Hijo, ¿qué hacés ahí, dónde estás?
- Estoy acá, en la fábrica. Me vino a buscar un amigo tuyo...-me
miró- ¿cómo me dijo que se llamaba?
- Garrido, me llamo Garrido. De Córdoba.
- Tu amigo Garrido, de Córdoba. Ya estamos yendo para allá, ¿vos
estás bien?, ¿está todo bien?
Lo que el muchacho no podía ver es que mientras hablaba con su padre
yo le apuntaba discretamente a la cabeza. Desde donde yo estaba
ubicado sabía que el presidente no me podía ver la cara. Tan sólo
mi mano, apuntando con la Beretta a su hijo. A la cabeza de su hijo.
- Quedáte tranquilo hijo, yo estoy renunciando a la presidencia y
vuelvo a San Luis. Voy a grabar allá el discurso de renuncia.
En ese momento guardé el arma.
- Se suspendió el viaje, flaco, te llevo a tu casa nomás.
- Bueno señor, muchas gracias.
Dejé al chico en el camino de ingreso, y debió presentir algo raro
cuando los empleados corrieron a abrazarlo, desesperados, como cuando
se recibe de vuelta a alguien que ha regresado de la muerte. Cuando
se dio vuelta para mirar mi auto, recién entonces notó que no tenía
patentes. Le parecía igual al Peugeot 405 que tenía su tío, pero
sin las patentes. Nunca recordaría que tenía un raspón, el mismo
raspón, casi invisible, en la puerta del acompañante; pero las
cosas cotidianas son así: se nos vuelven invisibles.
Dejé San Luis con un calor abrasador, y llegué a Buenos Aires con
el mismo calor, agravado por la humedad agobiante de la siesta de
verano. En el momento en que subía a mi Mercedes alcancé a ver a la
comitiva presidencial que se atropellaba para subir al avión de la
Gobernación de San Luis. El Adolfo iba demacrado, y podría jurar
que incluso estaba pálido. Esperé a que la avioneta de los puntanos
despegara, y llamé a Duhalde.
- Ya está Eduardo, avísale a Camaño que vaya sacando el traje
porque tendrá que convocar a otra asamblea.
- ¿Qué pasó, Carré?
- Esta noche, o mañana a más tardar, renuncia el Adolfo.
- ¿Qué pasó, qué hiciste?
- No importa, Cabezón. Lo persuadí. Te dije que el que trajo el
loco, se lo tiene que llevar. Y cumplí.
- Espero que esta vez funcione...
- Va a funcionar. Ahora nos pongamos a juntar porotos para la
asamblea. Vas a ser presidente, Eduardo.
Llegué a casa a darme una ducha y cambiarme. A las seis de la tarde
lo llamé a Moreau.
- Va a renunciar el Adolfo. Quiero que en la asamblea, que será
mañana o pasado, los radicales voten todos al Cabezón. Pero todos,
¿eh? No quiero sorpresas. Y me lo convencés al “Chacho” para
que los del Frepaso también acompañen.
- ¿Pero vos te volviste loco? ¿Sabés cuánto hace que no hablo con
“Chacho”?
- Hace quince minutos, “Marciano”, lo llamaste desde tu oficina.
Hablaron once minutos.
Me reuní con Magnetto y De Mendiguren para acordar cómo se
difundiría la noticia y cuál sería la línea editorial en ese
momento y al día siguiente. Y necesitaba a los industriales, a la
Sociedad Rural y a la CGT acompañando a Duhalde en su juramento.
Esa noche vino Corcho a cenar, y después de acostar a Esperanza y de
que Robbie saliera con sus amigos propuse tomar un champagne en el
balcón. Llevé hasta allí el televisor del living, un aparato
enorme y chato que había traído de Miami. Mientras les comentaba
algunas cosas sin importancia comenzó a transmitir la cadena
nacional de radio y televisión. Rodríguez Saá, aún demacrado y
con el mismo traje que tenía puesto a la mañana, anunciaba su
renuncia a la Presidencia de la Nación, acusaba al gobernador
cordobés de impedirle concretar los apoyos necesarios y prometía
retornar al poder algún día. Algún día.
Dedicamos el día siguiente a confirmar los apoyos de todo el
peronismo, porque algunos querían alterar el acuerdo que habíamos
logrado para terminar el mandato en el 2003, y que la asamblea
legislativa convocara a elecciones de inmediato. Al
gobernador de Córdoba le mostré algunas
fotos suyas celebrando junto a personajes que decoraban las paredes
de Interpol. Entendió que había más, y firmó la declaración de
apoyo. El resto de los gobernadores rebeldes entendió que no tenían
más margen para intentar nada: firmaron todos.
Llegué a Buenos Aires a tiempo para ayudar a Roxi a armar la mesa
para la cena de fin de año. Cenamos con mis suegros y con Cristóbal
López, que en un momento de la cena quiso persuadirme de que la
asamblea legislativa debía votar a un gobernador joven, a una cara
nueva de la política, a un tipo que pudiera mostrar buena capacidad
para gestionar.
- Todavía no, Cristóbal. Van a tener que esperar un poco. Hoy el
único que maneja este quilombo es el Cabezón. Va a ser presidente y
va a apagar el incendio. Después veremos.
Salimos a ver los fuegos artificiales, que fueron pocos esa noche. En
demasiados lugares de Argentina aún se lloraba a la gente que había
muerto en estos últimos días, y la angustia era una presencia tan
palpable como este pesado aliento del río, caliente y ligeramente
fétido. Creo que nadie lo había querido, pero ése era el costo de
la política real.
De todos modos éramos optimistas, porque la hecatombe de estas dos
semanas le liberaba las manos a quien se atreviera a conducir este
país. El único que podía hacerlo, porque tenía las llaves de
todas las puertas del infierno, era Duhalde. También tenía las del
purgatorio. Y si de algo estaba completamente seguro, es de que en
Argentina no existía algo así como el cielo, porque siempre
aparecería en algún momento alguien con las manos llenas de
banderitas manchadas de sangre. Siempre aparecería alguien para
arruinar la película.
A veces, algunos de sus protagonistas escapan al libreto que tenían
asignado, y entonces uno debe improvisar para salvar el relato. Poco
antes de la renuncia de Rodríguez Saá el senador Ramón Puerta
renunció, precavido, a la presidencia provisoria del Senado, que
quedaba acéfalo. Según la ley, correspondía que lo reemplazara el
presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Camaño. Puerta había
intentado algún requiebro durante el interinato del puntano, y me
enteré de que estuvo presente en la reunión con los españoles. Aún
más, fue él quien intentó convencer a los gobernadores para que
apoyaran a Rodríguez Saá en cualquier aventura. Era un
quintacolumnista. Hasta que le hice llegar un par de fotos, y decidió
apartarse del juego. Pero eso había ocurrido el día antes de mi
viaje a San Luis, es decir, décadas atrás.
Despertamos con un poco de resaca, pero aun así fuimos a almorzar
con mi familia a una parrilla en el Tigre. Aprovechamos el paseo para
dar una vuelta por Nordelta, donde mi familia no sabía que había
comprado un terreno. Quedaron fascinados con el lugar, y les propuse
que tuviéramos una casa de fin de semana. Roxi estaba encantada con
la idea. Aparte, sería importante contar con otro espacio reservado
para las reuniones que tendríamos en esta etapa. Escuchamos por la
radio que la Asamblea había sido convocada para el día siguiente, y
al regreso me acerqué hasta la oficina de Duhalde para entregarle la
nota que me había firmado De la Sota unos pocos días antes.
- No sé qué hiciste, pero el Gallego está enfurecido.
- No importa, Cabezón. Que se enoje. Vos ya tenés su compromiso
firmado, y si algún cordobés quiere sacar los pies del plato los
corremos con esa nota. Ahora hablemos de negocios. Quiero que
trabajemos juntos.
- Vos dirás...
- Quiero volver a traer cosas. Decíme vos dónde no me meto, y lo
voy a respetar. Pero esto se está llenando de mexicanos y
colombianos, y ellos se la están llevando toda. Aparte vamos a
necesitar armar caja para disciplinar a los gobernadores, porque la
caja del Estado está fundida. De paso, hay varios de ellos que se
están cortando solos.
- Estoy de acuerdo, pero ¿por qué creés que voy a darte
participación?
- Porque sólo no vas a poder manejarlo todo, y se te van a abrir mil
fisuras, y en seis meses tendrás a los tres o cuatro gobernadores
del norte asociados para mejicanearte, y con operaciones para bajarte
de un hondazo. Todo eso mientras necesitás a esos gobernadores y sus
senadores y diputados. Alguien tendrá que manejar eso por vos,
mientras vos gobernás.
- Vos sabrás que esto no se comparte...
- No te pido que me compartas nada, te pido que me dejes entrar donde
vos no manejes. Y yo te ayudo con la logística del resto. No
pisarnos el negocio del otro. Es más, vos seguí con lo que vos
entrás, yo quiero fabricar otra cosa más barata.
- Oí algo, pero en esa no me quiero meter.
- Ya sé. Por eso me meto yo. Yo armo las cocinas y tu gente reparte.
Y vamos a medias.
Duhalde lo pensó un poco. La idea de tener que enfrentar al resto de
los peronistas sin la chequera de un estado solvente lo angustiaba.
Pero si podía contar con un flujo regular de fondos para pagar la
fidelidad de los punteros, y además asegurarse el control del
territorio, entonces no habría mayores problemas para mantenerlos a
raya. El Congreso estaría domesticado, la Iglesia adentro y mirando
para otro lado, los medios apoyando lo que sea y los poderes fácticos
decididamente comprometidos con él. Nada podía salir mal.
- Dale para adelante. Pero con cuidado.
Volví a cenar a casa. El año comenzaba auspicioso. Esa noche le
pedí a Roxi que se encargara del proyecto de una casa en Nordelta,
porque pronto tendríamos un lote. Mi suegra estaba encantada con la
idea de tener plantas para ella. Corcho disfrutaba la idea de tener
una quinta tan cerca de Buenos Aires, porque se estaba aburriendo de
Uruguay. Por lo demás, su exilio ya tampoco era necesario, porque
nadie lo buscaba ni quedaban registros de sus negocios. Finalmente,
le daba la excusa perfecta para comprarse un yate. Con ciertas
instrucciones, nos podríamos asegurar de que nadie lo molestaría
para navegar entre Punta del Este o Montevideo, y Nordelta.
Duhalde asumió la presidencia el 2 de enero de 2002. No hubo
desfiles ni celebraciones, era más bien el momento de comenzar a
encarrilar el país en algún rumbo plausible. Apuntábamos a una
recuperación rápida para buscar la reelección en octubre del año
siguiente. Teníamos veintidós meses para acumular el poder
necesario, Duhalde solamente quería reivindicarse en las urnas. No
había nadie más en el tablero de juego. Estábamos solos, listos
para jugar.
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