viernes, 22 de mayo de 2020

Capítulo 16: Que Se Vayan Todos


- Nos encontremos en mi oficina, en la calle Callao.
- ¿Seguro, “Marciano”? ¿No habrá mucha gente?
- No, voy a mandar a todos los de mi oficina al tema ése del FreNaPo. ¿Vos venís solo?
- Siempre me muevo solo. No sé qué es eso del FreNaPo.
- Una cosa que armaron contra la pobreza. Juntan firmas para cambiar la política económica...
- Ustedes no aprenden más.
Llegué a las oficinas de Moreau en pocos minutos, porque yo estaba en el Congreso. Allí estaban el presidente de los industriales, el gobernador Ruckauf y Sergio Berni, a quien recordaba como uno de los últimos “carapintadas”, el que se levantó en un regimiento perdido en Santa Cruz. Era casi una remake del grupo Olleros: los mismos nombres buscando derrocar a un presidente radical. Sólo que ahora también había radicales en la mesa. Comenzó la reunión cuando llegó el jefe de Clarín.
- Bueno -comenzó Moreau-, ahora que estamos todos les refresco la situación. Creo que la convertibilidad está enterrando al gobierno, que está emperrado en no moverse de ahí. La situación social explota y habrá que contenerla. Compartimos esta visión con el Doctor Duhalde, que no pudo venir.
- Leopoldo, vamos al grano: ¿qué piensan hacer con las deudas privadas? Nosotros estamos hasta las manos con los créditos en dólares. Me parece bien tocar la convertibilidad si vamos a exportar con mejores precios, pero a la vez nos funde si nos multiplican las deudas.
- Estamos pensando en un esquema en que el Estado garantice la diferencia. Ustedes pagarían la suma en pesos uno a uno, y el Estado compensa a los bancos.
- ¿Pero quién va a firmar eso? El Estado no tiene plata, está fundido...
- Mirá, “Vasco”, eso no es problema. Vamos a emitir lo que haga falta, aunque no tengamos respaldo. Hoy con la ley de convertibilidad no podemos emitir, por eso hay que derogarla. Emitiendo pesos vamos a contener la situación social y generar consumo, y vamos a pagarles con bonos a los bancos.
De Mendiguren, el jefe de los industriales, parecía convencerse. Magnetto preguntó más sobre las deudas en dólares, que parecían obsesionarlo.
- Podemos armar una ley que licúe las deudas, ya veremos cómo. Si lo vendemos como protección de los medios de expresión, o medios culturales, o algo así, no tendremos problemas. El tema es que Cavallo quiere aprobar el presupuesto ya, y me está costando mucho dar vuelta a los legisladores radicales. Vos Carlos me podrías ayudar con los peronistas...
- Me pidió Cavallo que lo acompañe con el presupuesto, ¿cuál es el problema con eso?
- Que es la segunda parte del canje de deuda. Si se aprueba el presupuesto, el Fondo Monetario les dará 45.000 millones de dólares, y con esa plata De la Rua es Gardel...
- Che, pero es mucha plata, ¿no podremos conseguir algo de eso para la industria?
- No, esa plata ya está empeñada con los bancos. Es para calmar a los bancos. No irá un sólo centavo a la industria o a las provincias...
La última frase de Moreau impactó fuertemente en De Mendiguren y en Ruckauf, que se miraron entre ellos. Completó la frase:
- ...y así como está la cosa, vendrán los bancos a comprar todo. Las fábricas, los diarios, todo. Y el próximo presidente es Cavallo. Muchachos, si De la Rua consigue el presupuesto nos quedamos afuera de todo.
Silencio. Hasta que habló Berni.
- ¿Hay algún operativo programado? ¿O hacemos como en el ochenta y nueve?
- Acá el amigo Carré puede ayudar.
Me puse de pie y caminé lentamente alrededor de la mesa. Después de unos segundos me paré detrás de Moreau, rocé el respaldo de su silla y comencé a hablar reanudando la marcha.
- Por lo que veo necesitamos operar en tres ámbitos: el político, el económico y en la calle. No hay que permitir que De la Rua tenga un plan de contingencia. Por ahora sirve que los radicales en el Congreso no lo acompañen, porque así divididos como están, los vamos esmerilando a todos juntos. Pero el peronismo tiene que prometerle apoyo hasta el último momento, así podemos jugar con el factor sorpresa cuando lo dejemos solo. No le prometan hacer todo lo que les pide porque va a oler la trampa: estúpido no es, y menos el “Coti”. Por el lado económico, depende de cuántos actores sumemos. ¿La Sociedad Rural qué va a hacer?
- Acompaña -dijo Moreau-, también necesitan licuar deudas y empezar a exportar.
- Bien, pero deberían haber venido. Les pido total discreción con los operadores financieros, porque ellos tratarán de acompañar al gobierno hasta el final. Está claro que si el gobierno sobrevive ellos se quedarán con la torta, ¿no? Cuando se complique la cosa ustedes les van a ofrecer algún tipo de protección para que no se queden sin depósitos, salvo que lo haga Cavallo antes. Sé que Mingo mandó a traer un especialista en gestión de quiebras del Banco Mundial, hace cuatro meses ya, así que seguramente están previendo el escenario más grave y actuando en consecuencia. Vamos a la calle. Necesitamos que el PJ desde las bases promueva el quilombo, que coordine las protestas. ¿Se podrán armar saqueos de nuevo?
- Claro, si la gente está cagada de hambre. Si alguno en una villa propone ir a reventar un supermercado se van a sumar todos los demás. Yo me puedo encargar de armar la parte logística.
- Gracias Sergio. Los saqueos serán importantes para confundir al gobierno. No lo van a poder resistir. Carlos, vos garantizale a Berni que se pueda mover por la provincia sin problemas. Con que se levanten tres o cuatro puntos del conurbano, y La Plata, el resto va a surgir espontáneamente. Pero también vamos a necesitar que se levante Santa Fe o Rosario, y Córdoba. Don Héctor, vamos a necesitar que cuando comience el operativo ustedes estén ahí con las cámaras prendidas.
- Pero Julio, no podemos aparecer de la nada en un supermercado de barrio, nadie se va a creer que llegamos de casualidad. Un saqueo dura unos pocos minutos...
- Entonces los haremos cerca de autopistas o avenidas, que sea creíble que puedan llegar rápido. Diremos que se filtró información de los piqueteros, o algo así. De paso les echamos la culpa a ellos.
- De avisarle a otros medios me encargo yo. Hablo con “Chupete” y le pido que sus medios nos cubran.
- ¿”Chupete”?
- Manzano, no De la Rúa...
La coincidencia de apodos fue festejada con carcajadas unánimes, como una señal del destino. Me tocó hablar con la gente de Córdoba y Santa Fe, porque presentí que Ruckauf trataría de imponerse sobre De la Sota y Reutemann.
El cordobés asintió entusiasta: no podía disimular la ansiedad por proyectarse a nivel nacional. Reutemann fue parco y cauteloso como en sus años en la Fórmula Uno. Cuando le comenté que Rosario podía ser el escenario de un conflicto creí ver un destello de asentimiento en sus ojos: mientras la bomba les estallara a los socialistas, él miraría para otro lado. Le prometí que la capital de la provincia no tendría muertos. Sospeché que no querría ser parte de esta operación, pero que no impediría a sus subalternos que se integren a nuestro trabajo.
El plan estaba en marcha, y sólo nos quedaba definir el sucesor. Duhalde no podía ser porque había sido derrotado en las elecciones por De la Rua, no podíamos ponernos tan en evidencia. De la Sota se puso insistente porque tenía su propia agenda con los industriales brasileños que no podríamos controlar. Necesitábamos un gobernador carismático, que pudiera exhibir una buena gestión en su provincia, y que pudiéramos manejar con facilidad. Pensé en San Luis, pero Duhalde desconfiaba. Berni propuso a Kirchner, pero nadie conoce Santa Cruz. “Allá manejamos todo”, aseguró; pero a pesar de que trabajábamos juntos desde la dictadura, no parecía un actor confiable.
Después tuve problemas para sacarme de encima a Moreau, que quería usarme para resolver sus rencillas con Nosiglia. Me prometió mil negocios, me prometió la SIDE, llegó a la ridiculez de ofrecerme un ministerio.
- No me rompas las pelotas, “Marciano”, si querés ganarle al “Coti” probá con salir a juntar votos. Y asegurate de que el bloque de diputados y los senadores se mantengan afuera del baile. Si alguno de ellos le da quórum al presidente para el presupuesto, vamos a estar todos en el horno. Otra cosa: ¿el Alfonso está al tanto?
- De algunas cosas, no sabe todo.
- Mejor, ni se te ocurra contarle. A ver si en un ataque de civismo se le da por tratar de salvar a De la Rua.
- Jamás va a intentar salvar a De la Rua.
- Esperemos. Y mientras tanto, seguí con eso del gobierno de salvación, así se comienza a instalar la idea.
El 8 de diciembre los católicos celebran el día de la Virgen. Ese día Cavallo volvió de Washington con la orden de aprobar el presupuesto lo antes posible. Habló con los gobernadores peronistas, que le prometieron su apoyo, y con los dirigentes radicales, que se lo negaron. Duhalde le prometió que la comisión de Hacienda de la Cámara de Diputados convocaría a sesión el 19 para tratar el presupuesto al día siguiente. A cambio logró asistencia financiera para Ruckauf, para que la provincia de Buenos Aires no estallara antes de tiempo. Esto aceleró nuestros tiempos porque queríamos comenzar las operaciones para Navidad, de modo de comenzar el año con otro gobierno. Ya había algunos saqueos esporádicos, pero no eran los nuestros: la situación todavía estaba bajo control del gobierno.
El 18 de diciembre Cavallo comenzó a percibir algo raro, e invitó a almorzar a funcionarios nacionales y legisladores peronistas, junto al funcionario del Fondo que venía a monitorear el programa de financiamiento. Moreau cumplió su parte: se encargó de que el diputado radical Horacio Pernasetti nunca llegara a ese almuerzo. Le inventó un viaje urgente y lo sacó de Buenos Aires.
El ministro comenzó a desesperarse, y al día siguiente pidió almorzar con los radicales, pero sólo fueron los jefes de diputados y senadores, Jesús Rodríguez y Raúl Baglini. Rodríguez le dijo que el gobierno no podía continuar, porque no tenía el apoyo de ningún partido con poder parlamentario, ni del pueblo, ni de las fuerzas armadas. “Están en bolas, Mingo, se van a tener que ir.”
Contra todos los pronósticos el gobierno logró abrir la comisión de Hacienda en Diputados con los legisladores peronistas y del partido de Cavallo. Pero los radicales habían vaciado la comisión y festejaban en La Biela, con los industriales, el fin de la Convertibilidad. No habría presupuesto del gobierno.
El ministro de Economía irrumpió furioso en el despacho del presidente, que lo invitó a participar en una reunión con Pernasetti, que había vuelto de su viaje sorpresivo. Estaban en el despacho Alfonsín y el Senador Carlos Maestro. Los visitantes le plantearon que el gabinete entero debía renunciar. Alcancé a ver la cara descompuesta de Cavallo a través de una de las cámaras de seguridad, que había hackeado.
En ese momento intercepté una comunicación del Secretario de Seguridad. Enrique Mathov intentaba ordenarle a la policía federal que mantuviera el orden, que no permitiera que los manifestantes llegaran hasta la Casa Rosada y que evitaran saqueos en la Plaza de Mayo. Silencié por un momento su voz, que se parecía a la mía, y después grité “son extremistas y están armados, ¿me oye? Son los del movimiento todos por la patria; repito: son extremistas y están armados. Actúe en consecuencia, ¿me oye?” Luego restablecí la comunicación, en el momento en que Mathov le decía a Santos, el jefe de la policía, que seguiría en contacto y que obrara con prudencia.
El Comisario Santos tenía un hermano policía que había muerto en el intento de copamiento del cuartel de La Tablada, diez años atrás. Fue acribillado por militantes del Movimiento Todos por la Patria cuando se bajaba de su patrullero, sin siquiera alcanzar a desenfundar su arma. Yo sabía que la mención del MTP bastaría para desequilibrar a Santos. Mientras tanto, el Secretario de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires había equipado dos grupos de la policía bonaerense con uniformes y armas de la Federal, que era la única fuerza que podía intervenir en el conflicto. Ese día se limitaron mayormente a apalear a los manifestantes, y la situación comenzó a estallar en todo el país. Comenzaron nuestros saqueos con una precisión suiza: Berni y Ruckauf habían hecho un buen trabajo.
Cuando cayó la noche De la Rua ordenó el estado de sitio y habló por la cadena nacional de radio y televisión, impostando una seguridad y autoridad que no tenía. Y nunca tuvo. La reacción fue un cacerolazo espontáneo, que nunca logramos saber de dónde surgió. Esas cosas nunca se generan solas, pero lo cierto es que antes de terminar el discurso del presidente ya había gente golpeando las cacerolas. Los medios que cubrían el discurso saltaron sin solución de continuidad a los “caceroleros”, y en unos minutos el país entero se plegó a la protesta.
Cuando llegué a casa, muy tarde esa noche, encontré una olla vieja completamente abollada, y un cucharón vencido por el esfuerzo. Si la protesta llegó hasta el Le Parc, hasta mi propia casa, significaba que todo había salido como estaba planeado. Sólo que De la Rua no renunciaba.
A la mañana siguiente los gobernadores peronistas se atrincheraron en La Rioja, para analizar sus pasos. De la Rua envió a un suplicante Chrystian Colombo para persuadirlos de que volvieran a Buenos Aires y compartieran la hecatombe con él. Prometió un cogobierno, y llegó a ofrecer ministerios como si fueran caramelos. La situación me recordó a cuando llegó Terragno a avisarnos que Alfonsín renunciaría a la presidencia antes de lo que esperábamos, sólo que ahora podíamos devolver esa afrenta con nuestra propia negativa. Estábamos en el mismo salón que diez años atrás, varios gobernadores lo sabían y lo recordaban, pero no Colombo, que fue agotando sus recursos, promesas y presiones.
Reutemann estuvo a punto de flaquear. Hice una llamada telefónica y segundos más tarde el avión de la gobernación de Santa Fe estallaba en llamas. El santafesino intentaba negociar un ministerio con Colombo cuando lo llamó su custodia para avisarle del atentado. Lívido, se levantó de la mesa y miró a los contertulios, tratando de adivinar quién habría sido el responsable de la voladura de su avión.
- Me va a tener que llevar a Santa Fe alguno de ustedes. Me acaban de incendiar el avión...
No hizo falta explicitar el significado de ese ataque ni de identificar a su autor. Los gobernadores comenzaron a mirarse entre ellos recelosos y asustados. Colombo comprendió que ninguno de ellos osaría salir siquiera de ese salón. Cuando llegó al aeropuerto riojano para volver a Buenos Aires con las manos vacías los bomberos terminaban de apagar lo que quedaba del avión de Reutemann. No era lo único que ardía.
Desde el día anterior los saqueos ocupaban todos los medios y ya había un par de muertes en las provincias: algún policía desmadrado, algún comerciante intentando evitar el saqueo. Desde la mañana la represión había aumentado en violencia y extensión, y en todas las provincias las masas hambreadas seguían a los punteros peronistas hacia algún supermercado ante la impavidez de las policías. Los medios comenzaron a mostrar el inicio mismo de los saqueos: no comenzaban hasta que llegara la prensa.
Berni era torpe pero el efecto fue dramático y eficaz. La imagen de un lumpen del conurbano llevándose un arbolito de Navidad recorrería el mundo, al igual que la de un coreano o chino que lloraba desesperado frente a los restos de su negocio. Lloraba, y balbuceaba en coreano, o en chino. No hacía falta entender sus palabras.
Esa misma tarde renunció Cavallo, quien tuvo que salir disfrazado de su casa en Belgrano porque cientos de manifestantes golpeaban sus cacerolas en su vereda. La renuncia no calmó a nadie, y en cambio alimentó la idea de que el gobierno estaba cayendo. Caían también las personas en la Plaza de Mayo, baleadas por los hombres que había infiltrado Juanjo Álvarez con uniformes de la Federal. La violencia salió de control y los policías a caballo comenzaron a cargar contra los manifestantes que protestaban pacíficamente sentados en el suelo, incluyendo a familias con niños y hasta a las Madres de Plaza de Mayo. Cada vez más gente salía a las calles y los grupos de izquierda se mostraban más violentos, respondiendo con piedras y palos a las balas de goma y los gases de la policía.
Detectamos un grupo de activistas de organizaciones barriales que venían complicando a los punteros peronistas con denuncias sobre el ingreso de drogas baratas en el conurbano. Los hombres de Álvarez se ensañaron con ellos: secuestraron tres o cuatro, los llevaron a unas Traffic de la Federal y los torturaron hasta matarlos. Cuando la cuenta de cadáveres en la plaza llegó a los 50, nos avisaron que De la Rua estaba firmando su renuncia. En ese momento dimos la orden de aliviar la represión.
El presidente apareció por cadena nacional otra vez, anunciando su renuncia para pacificar el país, acusando al peronismo de no colaborar con el gobierno para superar la crisis pero sin tener el coraje para denunciar lo que era tan evidente que hasta un radical se daría cuenta: estaba viviendo un golpe de estado. Poca gente vio ese discurso por televisión, estaba todo el mundo en la calle. Cuando se vio despegar al helicóptero de la Presidencia todo el mundo pareció comprender que De la Rua se iba de la Casa Rosada para siempre. En pocos minutos comenzó a reinar la paz. La violencia ahora ya no era necesaria.
Pactamos con Alfonsín que nunca se conocería la cifra real de muertos, a cambio de que apoyaran sin dobleces lo que propusiera Duhalde. Moreau se enfureció tanto por la cantidad de muertos como por el consejo de quedarse callados.
- ¿Vos me estás amenazando?
- No “Marciano”. Te estoy explicando por qué a tu jefe no le conviene sacar los pies del plato. Ustedes querían sacar a De la Rua, ¿no? Bueno, ahí tienen.
- ¡Pero eso no implicaba la matanza que hicieron!
- No me hagas escenitas que estamos grandes y vos no venís de una guardería. ¿Cómo creías que iba a ser, como una pelea de comité? ¿Vos te olvidás que me pediste que te ayude a bajarlo a “Chupete”? Vos me viniste a buscar, vos me llevaste a tu oficina y vos tenías bien atado el paquete para tus socios. Yo organicé el trabajo sucio nada más, pero el negocio político es tuyo. Hacete cargo. Y no me rompas las pelotas porque voy a mostrar mis filmaciones en cada comité radical de la Argentina, y después en cada escuela. Y en cada juzgado.
- ¿Qué filmaciones? ¿De qué mierda estás hablando?
Cuando salí de esa oficina todavía había gente que corría por Callao, entre las cubiertas quemadas y los cascotes. Moreau ya estaba pálido y temblaba.
La ley establecía que ante la renuncia del presidente y el vice, el presidente provisorio del Senado debía asumir la Presidencia. Apenas asumió su banca el senador por Misiones, Ramón Puerta, lo convertimos en el Presidente Provisional del Senado. Era el candidato perfecto, porque sus intereses económicos en la provincia y sus cuestionadas preferencias sexuales lo hacían manejable. Su amistad íntima con Mauricio Macri permitía anudar un eslabón más en nuestra cadena. Once días después de asumir como Senador quedaba a cargo del Ejecutivo.
Ramón Puerta convocó de inmediato a la asamblea legislativa que debía elegir a quien continuara el período iniciado por De la Rua, pero en esas pocas horas de descontrol absoluto tuve acceso a los archivos más íntimos de la SIDE y la inteligencia naval. Antes de ir a la asamblea que elegiría a Rodríguez Saá encontré, casi de casualidad, el legajo con mi nombre original. Listaba la razón de mi detención, mi paso por la ESMA, por el Centro Piloto, y mi retorno a Argentina previo paso por México.
Comprobé que en aquél invierno de 1977 no había sido entregado por Adriana, que era agente de la Marina infiltrada en Montoneros. Supe, con cierto asco, que Adriana en realidad huía de los Montos, que habían descubierto su filiación y querían matarla, y que habían sido ellos quienes me habían entregado a la Marina para vengarse de ella. No encontré su legajo, pero tampoco descansaría hasta obtenerlo. En la cocinita de mi monoambiente de Belgrano quemé todos los archivos vinculados a mis actividades, las de Corcho y los bienes de Roxi. Éramos, ahora, más fantasmas que nunca- No llegué a tiempo a la Asamblea.
Rodríguez Saá asumió con toda la pompa y la fanfarria de un líder providencial. Anunció en su discurso que suspendería el pago de la deuda externa, ante la algarabía de los mismos legisladores que solamente una semana antes habían ofrecido el país como un banquete ante el Fondo Monetario. La escena era delirante: senadores y diputados revoleaban sus sacos cantando la marcha peronista y festejaban el fin de una política que los había alimentado en los últimos doce años.
- Cabezón, el Adolfo nos cagó. Cerró con los españoles.
- ¿Qué decís, Carré?
- Se acaba de reunir con Felipe González, y le prometió que la convertibilidad no se toca. Que al salvataje económico lo va a hacer él a favor de los bancos.
- ¿Pero, de dónde sacaste eso? Quedamos en otra cosa con el Adolfo...
- No importa en qué quedamos, ni de dónde sale mi información. Te digo que se cerró un acuerdo y ahora los españoles le están armando el plan económico. Eso que dijo en la asamblea, de mantener el uno a uno y crear otra moneda era cierto, no era para la galería. Si devalúa, las empresas españolas pierden rentabilidad en Argentina, que es el único lugar del mundo desde donde mandan remesas en dólares. Se les caen los bancos, Telefónica, Repsol, se les cae todo. Quieren esas monedas o bonos para contener la situación mientras se siguen llevando los dólares. Le prometieron mucha plata para sortear la presión del Fondo.
- ¡Pero es un tarado!
- No. Es un hijo de puta. Nos usó de forros, esto ya lo tenía cocinado. Lo tenemos que voltear urgente o se nos cae todo. Si este tipo dura un mes, se convierte en el mesías de Argentina. O el nuevo virrey de España. En cualquier caso, nos deja afuera de todo.
- Sos un pelotudo, Carré, te dije que el Adolfo me daba mala espina...
- Sí. Es cierto. Yo traje al loco y yo me lo llevo. Necesito que armemos urgente al grupo con los gobernadores.
- ¿Con qué motivo, si el tipo viene prometiendo el oro y el moro a todo el mundo?
- Cayó muy mal lo de los bonos. Y piensa nombrar como ministros a “Chupete” Manzano y a Carlos Grosso.
- ¡Pero son impresentables ésos dos!
- Está tan infatuado que cree que la gente le va a dejar pasar todo. Yo le dibujé una encuesta que le da imagen altísima, quiero que crea que le van a permitir hacer cualquier estupidez. Si hasta las Madres de Plaza de Mayo fueron a abrazarlo como si fuera Camilo Cienfuegos... Por otra parte tenemos que armarle cacerolazos ya. Yo ya arreglé con Magnetto que apenas nombre a Manzano y a Grosso largamos con las cacerolas. Ya está armando informes sobre estos dos tipos y los desastres que hicieron. Yo mismo le di la información.
- Mirá Carré, espero que te estés equivocando. Y si no, que todo lo que decís funcione.
- Yo espero lo mismo, Eduardo.
El nombramiento de estos dos tipos fue indigerible para los que habían querido ver en Rodríguez Saá a un tipo distinto. Quedó claro que más allá del discurso demagógico, representaba a lo peor de la política. Magnetto cumplió su parte, y apenas asumió la caterva de corruptos que integraba ese gabinete, comenzaron las críticas de los periodistas y los formadores de opinión. A los pocos minutos la televisión insistía sobre el pasado de cada uno de ellos y sus cuentas pendientes con la Justicia. Previsiblemente, a poco de terminar el discurso del presidente se empezaron a sonar las cacerolas. Nuevamente.
El 26 de diciembre llegó el ministro de Relaciones Exteriores de España directamente para presionar al nuevo presidente. Ante cierta demora para implementar nuevos ajustes, dos días más tarde el funcionario español apareció en todos los medios amenazando al gobierno argentino para el caso de que osara cambiar las reglas del juego. Rodríguez Saá reaccionó a las presiones, haciendo casi todo lo que los españoles le pedían. En su carrera contra el tiempo el nuevo presidente había prometido demasiadas cosas que no podía cumplir, algunas de ellas directamente contradictorias entre sí.
El 28, cuando se conoció el nombramiento de Manzano y Grosso los cacerolazos volvieron a resonar con más fuerza que nunca, y el presidente comenzó a sospecharse rodeado. Desalojó la Plaza de Mayo de los manifestantes que estaban allí, y esta vez el operativo fue incruento porque no tuvimos tiempo de organizar ninguna operación. De todos modos no fue necesario: al día siguiente renunciaron todos sus ministros. Desesperado, el presidente convocó a los gobernadores peronistas a una reunión de urgencia en la residencia presidencial de verano, en la localidad de Chapadmalal. Apenas logró reunir un par de gobernadores, y el cordobés fue directamente a increparlo para que renuncie a la presidencia. Pero Rodríguez Saá no cedía, y mi paciencia se agotaba.
La mañana del 30 de diciembre llegué a San Luis. Entré a la residencia fortificada de los Rodríguez Saá con las tarjetas magnéticas y las órdenes fraguadas que había elaborado durante el vuelo. La habitación de su hijo estaba a oscuras, se escuchaba solamente la respiración pesada del muchacho. Esperé hasta las once, y le puse suavemente una mano en el hombro.
- Flaco, despertáte, me manda tu viejo a buscarte.
- ...
Entreabrí las persianas sólo lo suficiente como para que se filtraran algunos rayos de luz.
- Vamos loco, tenemos que ir a Chapadmalal, tu papá te necesita ahí con él.
- ¿Eh? ¿Qué le pasó a mi viejo?
- Nada, chango. Necesita que lo ayudes urgente. Vamos, arriba. Te espero en el comedor.
El personal de servicio estaba anonadado. Al principio por mi soltura para desenvolverme en esa casa desactivando la parafernalia de seguridad, luego, al constatar que ningún teléfono de la casa funcionaba, y finalmente al enterarse de que mi Beretta estaba cargada y plenamente operativa. Diez minutos más tarde el chico bajó al comedor, con el rostro aún abotagado por el sueño.
- Vamos en mi auto, ése que está ahí.
Minutos después nos desviamos del camino al aeropuerto, y entramos en una fábrica que le pertenecía a la familia. El chico notó, extrañado, que estaba vacía. Entramos a la sala de reuniones, donde habíamos instalado una cámara de video escondida entre biblioratos vacíos.
- Me parece que mejor le avisás que estamos yendo, ¿lo querés llamar desde tu teléfono, o usamos el mío?
- No, dejá, uso el mío.
La cámara comenzó a registrar en el mismo momento en que el chico marcó el número de teléfono de su padre, el Presidente de la Nación. Del otro lado el hombre ingresaba al microcine del complejo presidencial, en el momento en que se encendía la pantalla y su teléfono comenzaba a vibrar.
- Hola, ¿viejo?
- Hijo, ¿qué hacés ahí, dónde estás?
- Estoy acá, en la fábrica. Me vino a buscar un amigo tuyo...-me miró- ¿cómo me dijo que se llamaba?
- Garrido, me llamo Garrido. De Córdoba.
- Tu amigo Garrido, de Córdoba. Ya estamos yendo para allá, ¿vos estás bien?, ¿está todo bien?
Lo que el muchacho no podía ver es que mientras hablaba con su padre yo le apuntaba discretamente a la cabeza. Desde donde yo estaba ubicado sabía que el presidente no me podía ver la cara. Tan sólo mi mano, apuntando con la Beretta a su hijo. A la cabeza de su hijo.
- Quedáte tranquilo hijo, yo estoy renunciando a la presidencia y vuelvo a San Luis. Voy a grabar allá el discurso de renuncia.
En ese momento guardé el arma.
- Se suspendió el viaje, flaco, te llevo a tu casa nomás.
- Bueno señor, muchas gracias.
Dejé al chico en el camino de ingreso, y debió presentir algo raro cuando los empleados corrieron a abrazarlo, desesperados, como cuando se recibe de vuelta a alguien que ha regresado de la muerte. Cuando se dio vuelta para mirar mi auto, recién entonces notó que no tenía patentes. Le parecía igual al Peugeot 405 que tenía su tío, pero sin las patentes. Nunca recordaría que tenía un raspón, el mismo raspón, casi invisible, en la puerta del acompañante; pero las cosas cotidianas son así: se nos vuelven invisibles.
Dejé San Luis con un calor abrasador, y llegué a Buenos Aires con el mismo calor, agravado por la humedad agobiante de la siesta de verano. En el momento en que subía a mi Mercedes alcancé a ver a la comitiva presidencial que se atropellaba para subir al avión de la Gobernación de San Luis. El Adolfo iba demacrado, y podría jurar que incluso estaba pálido. Esperé a que la avioneta de los puntanos despegara, y llamé a Duhalde.
- Ya está Eduardo, avísale a Camaño que vaya sacando el traje porque tendrá que convocar a otra asamblea.
- ¿Qué pasó, Carré?
- Esta noche, o mañana a más tardar, renuncia el Adolfo.
- ¿Qué pasó, qué hiciste?
- No importa, Cabezón. Lo persuadí. Te dije que el que trajo el loco, se lo tiene que llevar. Y cumplí.
- Espero que esta vez funcione...
- Va a funcionar. Ahora nos pongamos a juntar porotos para la asamblea. Vas a ser presidente, Eduardo.
Llegué a casa a darme una ducha y cambiarme. A las seis de la tarde lo llamé a Moreau.
- Va a renunciar el Adolfo. Quiero que en la asamblea, que será mañana o pasado, los radicales voten todos al Cabezón. Pero todos, ¿eh? No quiero sorpresas. Y me lo convencés al “Chacho” para que los del Frepaso también acompañen.
- ¿Pero vos te volviste loco? ¿Sabés cuánto hace que no hablo con “Chacho”?
- Hace quince minutos, “Marciano”, lo llamaste desde tu oficina. Hablaron once minutos.
Me reuní con Magnetto y De Mendiguren para acordar cómo se difundiría la noticia y cuál sería la línea editorial en ese momento y al día siguiente. Y necesitaba a los industriales, a la Sociedad Rural y a la CGT acompañando a Duhalde en su juramento.
Esa noche vino Corcho a cenar, y después de acostar a Esperanza y de que Robbie saliera con sus amigos propuse tomar un champagne en el balcón. Llevé hasta allí el televisor del living, un aparato enorme y chato que había traído de Miami. Mientras les comentaba algunas cosas sin importancia comenzó a transmitir la cadena nacional de radio y televisión. Rodríguez Saá, aún demacrado y con el mismo traje que tenía puesto a la mañana, anunciaba su renuncia a la Presidencia de la Nación, acusaba al gobernador cordobés de impedirle concretar los apoyos necesarios y prometía retornar al poder algún día. Algún día.
Dedicamos el día siguiente a confirmar los apoyos de todo el peronismo, porque algunos querían alterar el acuerdo que habíamos logrado para terminar el mandato en el 2003, y que la asamblea legislativa convocara a elecciones de inmediato. Al gobernador de Córdoba le mostré algunas fotos suyas celebrando junto a personajes que decoraban las paredes de Interpol. Entendió que había más, y firmó la declaración de apoyo. El resto de los gobernadores rebeldes entendió que no tenían más margen para intentar nada: firmaron todos.
Llegué a Buenos Aires a tiempo para ayudar a Roxi a armar la mesa para la cena de fin de año. Cenamos con mis suegros y con Cristóbal López, que en un momento de la cena quiso persuadirme de que la asamblea legislativa debía votar a un gobernador joven, a una cara nueva de la política, a un tipo que pudiera mostrar buena capacidad para gestionar.
- Todavía no, Cristóbal. Van a tener que esperar un poco. Hoy el único que maneja este quilombo es el Cabezón. Va a ser presidente y va a apagar el incendio. Después veremos.
Salimos a ver los fuegos artificiales, que fueron pocos esa noche. En demasiados lugares de Argentina aún se lloraba a la gente que había muerto en estos últimos días, y la angustia era una presencia tan palpable como este pesado aliento del río, caliente y ligeramente fétido. Creo que nadie lo había querido, pero ése era el costo de la política real.
De todos modos éramos optimistas, porque la hecatombe de estas dos semanas le liberaba las manos a quien se atreviera a conducir este país. El único que podía hacerlo, porque tenía las llaves de todas las puertas del infierno, era Duhalde. También tenía las del purgatorio. Y si de algo estaba completamente seguro, es de que en Argentina no existía algo así como el cielo, porque siempre aparecería en algún momento alguien con las manos llenas de banderitas manchadas de sangre. Siempre aparecería alguien para arruinar la película.
A veces, algunos de sus protagonistas escapan al libreto que tenían asignado, y entonces uno debe improvisar para salvar el relato. Poco antes de la renuncia de Rodríguez Saá el senador Ramón Puerta renunció, precavido, a la presidencia provisoria del Senado, que quedaba acéfalo. Según la ley, correspondía que lo reemplazara el presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Camaño. Puerta había intentado algún requiebro durante el interinato del puntano, y me enteré de que estuvo presente en la reunión con los españoles. Aún más, fue él quien intentó convencer a los gobernadores para que apoyaran a Rodríguez Saá en cualquier aventura. Era un quintacolumnista. Hasta que le hice llegar un par de fotos, y decidió apartarse del juego. Pero eso había ocurrido el día antes de mi viaje a San Luis, es decir, décadas atrás.
Despertamos con un poco de resaca, pero aun así fuimos a almorzar con mi familia a una parrilla en el Tigre. Aprovechamos el paseo para dar una vuelta por Nordelta, donde mi familia no sabía que había comprado un terreno. Quedaron fascinados con el lugar, y les propuse que tuviéramos una casa de fin de semana. Roxi estaba encantada con la idea. Aparte, sería importante contar con otro espacio reservado para las reuniones que tendríamos en esta etapa. Escuchamos por la radio que la Asamblea había sido convocada para el día siguiente, y al regreso me acerqué hasta la oficina de Duhalde para entregarle la nota que me había firmado De la Sota unos pocos días antes.
- No sé qué hiciste, pero el Gallego está enfurecido.
- No importa, Cabezón. Que se enoje. Vos ya tenés su compromiso firmado, y si algún cordobés quiere sacar los pies del plato los corremos con esa nota. Ahora hablemos de negocios. Quiero que trabajemos juntos.
- Vos dirás...
- Quiero volver a traer cosas. Decíme vos dónde no me meto, y lo voy a respetar. Pero esto se está llenando de mexicanos y colombianos, y ellos se la están llevando toda. Aparte vamos a necesitar armar caja para disciplinar a los gobernadores, porque la caja del Estado está fundida. De paso, hay varios de ellos que se están cortando solos.
- Estoy de acuerdo, pero ¿por qué creés que voy a darte participación?
- Porque sólo no vas a poder manejarlo todo, y se te van a abrir mil fisuras, y en seis meses tendrás a los tres o cuatro gobernadores del norte asociados para mejicanearte, y con operaciones para bajarte de un hondazo. Todo eso mientras necesitás a esos gobernadores y sus senadores y diputados. Alguien tendrá que manejar eso por vos, mientras vos gobernás.
- Vos sabrás que esto no se comparte...
- No te pido que me compartas nada, te pido que me dejes entrar donde vos no manejes. Y yo te ayudo con la logística del resto. No pisarnos el negocio del otro. Es más, vos seguí con lo que vos entrás, yo quiero fabricar otra cosa más barata.
- Oí algo, pero en esa no me quiero meter.
- Ya sé. Por eso me meto yo. Yo armo las cocinas y tu gente reparte. Y vamos a medias.
Duhalde lo pensó un poco. La idea de tener que enfrentar al resto de los peronistas sin la chequera de un estado solvente lo angustiaba. Pero si podía contar con un flujo regular de fondos para pagar la fidelidad de los punteros, y además asegurarse el control del territorio, entonces no habría mayores problemas para mantenerlos a raya. El Congreso estaría domesticado, la Iglesia adentro y mirando para otro lado, los medios apoyando lo que sea y los poderes fácticos decididamente comprometidos con él. Nada podía salir mal.
- Dale para adelante. Pero con cuidado.
Volví a cenar a casa. El año comenzaba auspicioso. Esa noche le pedí a Roxi que se encargara del proyecto de una casa en Nordelta, porque pronto tendríamos un lote. Mi suegra estaba encantada con la idea de tener plantas para ella. Corcho disfrutaba la idea de tener una quinta tan cerca de Buenos Aires, porque se estaba aburriendo de Uruguay. Por lo demás, su exilio ya tampoco era necesario, porque nadie lo buscaba ni quedaban registros de sus negocios. Finalmente, le daba la excusa perfecta para comprarse un yate. Con ciertas instrucciones, nos podríamos asegurar de que nadie lo molestaría para navegar entre Punta del Este o Montevideo, y Nordelta.
Duhalde asumió la presidencia el 2 de enero de 2002. No hubo desfiles ni celebraciones, era más bien el momento de comenzar a encarrilar el país en algún rumbo plausible. Apuntábamos a una recuperación rápida para buscar la reelección en octubre del año siguiente. Teníamos veintidós meses para acumular el poder necesario, Duhalde solamente quería reivindicarse en las urnas. No había nadie más en el tablero de juego. Estábamos solos, listos para jugar.

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